martes, 25 de enero de 2011

Ortega, el Cosep y el sindicalismo domesticado

Onofre Guevara López 


Si acaso hubo alguna idea en la mente de alguien, acerca de que en la plática del Cosep con el presidente Ortega se abordaría la amenaza de la ruptura definitiva que él haría al orden constitucional si continuara con su ilegal pretensión de reelegirse, hubiese sido una idea ingenua. Ingenua digo, porque en toda lid política cada sector social ejerce su propia  defensa, de la forma que más le conviene; y el Cosep no representa, precisamente, al sector social en el cual la ciudadanía deba depositar la defensa de la Constitución, de las leyes y de los derechos sociales. Obvias razones respaldan esta afirmación.
Tampoco esta reunión debió verse fuera del orden en que se desarrollan –o deberían desarrollarse— las relaciones del gobierno con todos los sectores sociales, por una obligación elemental de quien, como el presidente Ortega, quiere pasar como el “presidente de todos los nicaragüenses”. Pero, en realidad, eso no cuenta para otros sectores sociales. Es más, habiendo intereses comunes entre los gobernantes y los representados por el Cosep, una reunión entre ambos ni debería ser motivo de sorpresas el hecho de que el tema de la reelección no se hubiese tratado. 
Ese tema no fue el objetivo de la reunión de martes pasado, ni puede ser discrepante para ellos la reelección de ortega, porque sus intereses económicos se los garantiza a plenitud. Y porque les vale más su estabilidad económica que el deterioro de los derechos democráticos. Si, como clase, la burguesía de ayer concilió con Somoza, no hay motivo para que la de hoy no lo haga con Ortega.
Es lógico, entonces, que Ortega no da cabida a su demanda ni ejerza la misma práctica de reunirse con los sectores laborales, ni siquiera con los sindicatos que responden a sus criterios y decisiones políticas. Si no, veamos la reacción de Roberto González, de la Central Sandinista de Trabajadores, ante la reunión de Ortega con el Cosep. Entre celoso e ingenuo, y más que todo, simple, González confesó, a manera de queja, que su central sindical sólo ha podido reunirse con el presidente Ortega en muy pocas ocasionales, y en años anteriores. Los puntos de su agenda como central obrera, siguen marginados y esperando. 
Efectivamente, algunos de esos puntos son los mismos que Ortega tuvo en el centro de su entrevista con el Cosep, como el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional; una reforma a la Seguridad Social; y la Ley del Salario Mínimo, aunque --naturalmente, y pese a ser incondicionales de Ortega— los líderes de la CST tienen puntos de vista, diferentes a los del Cosep. Pero lo que González omitió, es el hecho de que Daniel Ortega, actúa abusivamente diciéndose representante de los trabajadores (¿para eso no es que se cree “pueblo presidente”, pues?), y todo lo que arregle con el Cosep sobre esos temas serán de obligatorio cumplimiento para “sus sindicatos” y centrales, como la que dirige González. 
Su queja es como ponerse a brincar estando el suelo bien parejo. Claro, ojalá los sindicalistas pudieran brincar con libertad e independencia de clase, ante este y otros hechos en los cuales Ortega decide por ellos. Pero no es así, porque sus dirigentes han priorizado la sectaria disciplinaria  partidaria, dejando en segundo término los intereses laborales de los trabajadores. Lo que es peor; han trabajado para castrar la conciencia de clase de los trabajadores, a quienes no ven como sujetos conscientes de su propia lucha reivindicativa, sino como masa obediente ante los dictados de un caudillo político que no tiene ninguna afinidad con sus intereses, porque tampoco la tiene con respecto al trabajo productivo que los trabajadores realizan para vivir de su salario. Por cierto, un salario del cual se queja todo el mundo, y a la cual los dirigentes sindicales orteguistas le ponen sordina, hacen reclamos pasivos o tratan de aplacarlos.
Y lo dicho no es gratuito ni casual. Los mismos líderes sindicales que se quejan de la triste condición de hijos de casa que se han buscado ante el presidente Ortega, desde hace varios días ya se proclamaron defensores de sus ambiciones reeleccionistas. Haremos de todo por la reelección del presidente Ortega, dijo el propio González. ¿Cómo asociar, entonces, su incondicional posición política orteguista con su preocupación por reunirse con Ortega para exponerle problemas a los que él ya le dio “solución” en su encuentro con los patronos del Cosep?  
La anulación, de hecho, de los sindicatos como organismos activos en  la defensa de los interese inmediatos de sus afiliados, es parte de una política que comenzó con la destrucción de su estructura orgánica e ideológica, cuando Ortega convirtió a en propietarios a sus líderes  bajo el cuento de crear el “área propiedad de los trabajadores”. Para esta destrucción, el orteguismo utilizó varios recursos, entre ellos, maniatar su actividad natural como organizaciones obreras; desviar sus objetivos de lucha clasista hacia una posición política al servicio de los objetivos políticos del orteguismo; desnaturalizar su función de organismos defensores de sus intereses laborales a favor de la participación como masa amorfa en las manifestaciones político-partidarias; en fin, amellar su carácter combativo para que admitan su condición de organismos subordinados, pasivos y obedientes.
¿Cómo, entonces, podrían sentirse “importantes para Ortrega”, si han renunciado a su independencia, a su autonomía sindical e ideológica? De Ortega sólo podrán seguir recibiendo “orientaciones” para el cumplimiento de tareas ajenas a sus objetivos e intereses como organizaciones sindicales, pero de mucho interés para sus ambiciones continuistas como único factor de 
poder. 
Aunque todo lo que la propaganda oficialista dice estar haciendo en pro de los trabajadores fuera cierto, y aunque de manera restringida lo hace en algunas áreas sociales, nada es compatible con la sumisión política, mucho menos que compense lo que pierden los trabajadores en dignidad, independencia y libertad de sus sindicatos. Nada de lo que le ofrezca el orteguismo como señuelo para seguirlo domesticando, vale para los trabajadores la vida, fortaleza y combatividad  de su organización sindical. Y son ya bastantes los sindicatos que este gobierno ha destruido en los centros de trabajo, donde el jefe administrativo o el ministro, con la complicidad de líderes sindicales oportunistas, hacen de todo para someterlos.
“La liberación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos”, es una consigna que, tenga la edad que tenga, venga del área geográfica del mundo que sea, y se haya producido en cualquiera de las circunstancias históricas de su lucha, es una consigna verdadera e incuestionable. En algún momento, la clase obrera nicaragüense podrá salir de su letargo y volver por sus fueros. Pese a quien le 
pesare.

martes, 18 de enero de 2011

El orteguismo más allá de sus máscaras

La ciudadanía más consciente rechaza a Ortega, por sus atropellos al orden constitucional y su falta de respeto por sus derechos. Pero esta es una forma de individualizar el problema. Aparte de la cuestión personal, es la mezcla de las desviaciones individuales con sus falsificaciones ideológicas la que provocan los sentimientos de rechazo a su conducta como gobernante. Y aún más, contra su reelección ilegal

Onofre Guevara López



No hay comentario crítico a las políticas del gobierno de Daniel Ortega, que no señale –como eje central— la forma francamente arbitraria de ignorar o poner al margen los puntos esenciales de la Constitución Política en que descansa el orden jurídico del Estado y los derechos ciudadanos. Los calificativos condenatorios a esas políticas abundan tanto como las mismas violaciones anticonstitucionales que Ortega comete de forma sistemática.

Para quien no vive en Nicaragua ni dispone de la mejor información sobre este hecho, les podría parecer una reiteración viciosa de la crítica, siendo, en realidad, sólo la reacción lógica ante la viciosa reiteración de las violaciones a la Constitución. Junto a este hecho, también reconocemos que, dado a esta constante reiteración de ambas cosas –las violaciones y las críticas—, no deja de causar cierta indiferencia en algunos círculos.

Así, hemos llegados a este momento, cuando ya sobran evidencias de que Daniel Ortega no cejará en su intención de imponer su candidatura a despecho, en contra y de forma expresamente violatoria de la prohibición constitucional. Pero aún se hace necesario buscar explicaciones sobre cuáles son las causas de esta decisión –en apariencia, sólo caprichosa e irracional— de enfrentar a la ciudadanía a una situación conflictiva y peligrosa.

¿Será por su excesiva ambición personal? ¿Querrá garantizar sus crecidos y crecientes intereses económicos con la continuidad en el poder? ¿Serán sus delirios dictatoriales los que lo impulsan a considerarse indispensable, el dueño de la voluntad de todos y el único capaz de conducir los destinos del país?
Todo eso al mismo tiempo, y se reflejan en su estilo de ejercer el poder, sus condiciones de vida y el enriquecimiento familiar y de la cúpula, que le es fiel y cómplice a la vez. Pero éstas serían sólo algunas de las causas nacidas de la naturaleza de Ortega como individuo, su afición al poder y su envanecido carácter. Faltaría agregar la desviación ideológica de quien, en una oportunidad fue un revolucionario. Esto, sumado a los desarreglos psicológicos mencionados, le dota de la falsa idea de que su actitud está respaldada por una convicción revolucionaria impulsora de la segunda etapa de lo iniciado el 19 de julio-79, en el calendario histórico de Nicaragua. Es lo que él cree, además de que se lo hacen creer los elogios y ayudas que recibe desde el exterior de parte de algunos líderes de distintos países, con distintos sellos revolucionarios.

Junto a sus desvaríos individuales y una torcida convicción revolucionaria, Ortega ha confundido la teoría acerca del origen del Derecho. Él sabe que el Derecho nacido de la revolución francesa, es el Derecho burgués que forman “el conjunto de las leyes y disposiciones que determinan las relaciones sociales desde el punto de vista de las personas y de la propiedad”, contra el Derecho pretendidamente divino de la “nobleza” sobre la propiedad, el poder y las personas. Y que, en términos relativamente radicales, fue lo que ocurrió con el Derecho tradicional de nuestro país, durante los cambios revolucionarios del 79.

En aquella ocasión, fue Bayardo Arce, quien lo hizo público: “la revolución es fuente de Derecho”, cuando se justificaba la confiscación de las propiedades de los Somoza, que luego se extendió a otros somocistas y, a veces, hasta quienes no lo eran, pero tenían antipatías hacia la revolución (propiedades que después sirvieron de base a la acumulación de riqueza de orteguistas y otros políticos).

El epílogo de aquel proceso, es harto conocido. Ahora, con el retorno de Daniel Ortega al poder, ha asumido la pretensión de presentarlo como una “segunda etapa de la revolución”, pero, aunque no lo admita –y le es muy conveniente no admitirlo—, se trata de una farsa de la histórica revolución del 79. De esta pretensión se vale Ortega para hacer creer que si toda revolución es fuente de Derecho, que entierra el Derecho del sistema social vencido, esta su “segunda etapa revolucionaria” está haciendo lo mismo. Y por ello, se da la facultad de desconocer “el Derecho anterior”, en primer lugar, la Constitución Política en donde se fundamenta.

¿Cómo está llevando a la práctica Daniel Ortega este supuesto derecho revolucionario contra el derecho “anterior”? De forma atropellada. Por ende, violatoria y violenta; sobre todo, atentando contra el derecho constitucional que –por sus tergiversaciones y reformas maniobreras de su Pacto con Alemán—, fue la vía por la cual tuvo acceso a la presidencia de la república por segunda vez, pero muy lejos de la vía revolucionaria de la primera vez.

Ortega está haciendo su propio derecho personal a nombre de una revolución inexistente. Ése es el motivo por el cual ha venido sustituyendo artículo por artículo de la Constitución con sus decretos. En su delirio autoritario, y ante la imposibilidad de reformarla a su gusto, se atribuye el derecho de cambiar la Constitución con sus decretos, no dando cabida a la crítica, de que se trata de una transgresión anticonstitucional y jamás la recuperación del “Derecho de la segunda etapa de la revolución”. Este absurdo de Ortega, choca abruptamente hasta con el hecho histórico de que la Constitución que está violando es, básicamente, la que heredó la auténtica revolución al país en 1987 y sus oportunas reformas de 1995. Una prueba 
de su falsificación, es que él y su grupo se 
han convertido en practicantes del derecho a la propiedad privada, desde que, a la sombra del Estado, son grandes propietarios capitalistas.

Los artículos que pretende desconocer con sus decretos, como el 147 que prohíbe la reelección, fueron los primeros en ser sustituidos, pero no son los únicos. Hay otros artículos que contienen derechos esenciales, como la libertad de profesar o no una religión, que es el efecto práctico que busca el artículo 14 (“El Estado no tiene religión oficial”), los cuales no ha derogado por decreto, pero, de hecho, los desconoce olímpicamente. Se sabe, que primero falta Ortega en un acto político oficial, que falte la figura del Cardenal Obando con sus “bendiciones”.

La ciudadanía más consciente rechaza a Ortega, por sus atropellos al orden constitucional y su falta de respeto por sus derechos. Pero esta es una forma de individualizar el problema. Aparte de la cuestión personal, es la mezcla de las desviaciones individuales con sus falsificaciones ideológicas la que provocan los sentimientos de rechazo a su conducta como gobernante. Y aún más, contra su reelección ilegal.

Enfocar mejor este problema, evitará diluir esfuerzos en ataques personales y partidaristas, y ser más acertados en las críticas al sistema seudo “cristiano, socialista y solidario”, que son unas de las máscara de la corrupción de las funciones del Estado nicaragüense. No es sólo su pretendida reelección el único lado feo y explosivo del orteguismo. Sus pérfidos argumentos “revolucionarios”, le acompañan.

martes, 11 de enero de 2011

Vulgar propaganda y pobre ortodoxia

Onofre Guevara López
END - 19:25 - 10/01/2011

Según van creciendo las diferencias entre la propaganda del gobierno y los hechos –en permanente choque entre palabra y realidad—, se produce cierta inestabilidad en la estructura “ideológica” del oficialismo. La base intelectual con la que ha contado el orteguismo, se ha agrietado, mientras el discurso oficial de puro corte propagandístico se ha vuelto su única y amellada herramienta de trabajo para ejercer su defensa.

Difícilmente, el intelectual orteguista encuentra una motivación valedera para argumentar fuera del aro metálico dentro del cual lo aprisiona su condición de funcionario público o partidario, por eso, muchos de ellos prefieren hacer mutis del escenario donde se polemiza sobre el tema Ortega versus legalidad. Y el campo oficialista no es más estéril, porque ahí florecen los dardos de las acusaciones personales calumniosas, a veces, sin ton ni son, porque necesitan suplir con eso, las argumentaciones que les faltan ante los hechos reales denunciados todos los días.

Son pocos los escritores orteguistas que, conscientes de la discordancia que existe entre la información cotidiana sobre los abusos contra el orden institucional y la defensa del gobierno –mecánicamente expresada en su propaganda—, se atreven a plantear puntos de vistas serios para buscar cómo adecentarles las trivialidades y las falsedades que la caracterizan. Pero no lo logran, y no es porque no sepan cómo hacerlo, sino porque sus palabras, sujetas a las normas propagandísticas, carentes de capacidad de reflejos objetivos, caen en la misma discordancia que quisieran evitar, pero no pueden.

Veamos sólo este ejemplo. Se remiten al lejano 1848, año de la aparición del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, para –con muy mala puntería— lanzar la idea de que, desde entonces, “la tesis de la lucha de clases permanece a través de los tiempos. Unas veces velada, encubierta, como sucede actualmente.” Es obvio que no es “la tesis de la lucha de clases” la que “permanece a través de los tiempos”, sino la lucha misma. Y es falso que esta lucha de clases “actualmente” sea protagonizada por “el FSLN” frente a la burguesía y la oligarquía.

No es así, ni puede ser así, porque la lucha de clases se expresa en el antagonismo radical entre la situación económica y política de las clases, que Marx y Engels vieron fundamentales, y que componen la sociedad: la burguesía y el proletariado, más el conflicto entre la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo social que la crea. ¿Son éstas, acaso, las clases fundamentales que protagonizan “actualmente” la lucha de clases en Nicaragua? Indudablemente que no. Para que ese planteamiento tomado del marxismo pudiera asemejarse a la realidad, falta el proletariado, y en el poder está un grupo político encabezado por ex revolucionarios enriquecidos hasta el grado de ser igual o más ricos que cualesquiera de los burgueses que le hacen oposición.

Para no estar en contra de la historia, el orteguismo tendría que renunciar al continuismo de un mismo individuo en el poder y permitir el desarrollo democrático del país. La lucha por el poder entre un sector y otro de la burguesía –sea cual fuere el origen de sus respectivos capitales privados—, no es ninguna expresión de la lucha de clases, sino una lucha política inter burguesa. Que ambas corrientes cuenten con el apoyo de sectores populares –obreros, campesinos, etcétera— no le cambia su naturaleza a esta lucha. Y presentarla “actualmente” como una lucha de clases entre burguesía y proletariado, es de una ortodoxia ingenua.

El proletariado de Nicaragua, es larvado, desorganizado en donde apenas asoma (las zonas francas y la poca industria capitalista), y por eso, impotente como clase para protagonizar una lucha contra la burguesía por transformar la sociedad. El esfuerzo por querer tener al orteguismo a la cabeza del proletariado en la lucha de clases, les podría crear una hernia, pero no nunca una verdadera vanguardia.

¿Cómo ver al “proletariado” en los líderes de la cúpula orteguista que nunca tuvo relación con el trabajo productivo? Los sectores obreros minoritarios que integran los sindicatos orteguistas no tienen autonomía como organización ni como clase, sino que están sujetos a los dictados de la cúpula, por medio de sus agentes políticos que pasan como líderes sindicales. Y no están protagonizando ninguna lucha profunda ni siquiera por cambiar las condiciones de vida y de trabajo, porque tendrían que hacerla también contra el gobierno. Un líder de una flamante central sindical, acaba de anunciar que apoyará la reelección de Ortega, sin reparar en la ilegalidad de esa pretensión, ni en su condición de clase.

Esta antihistórica y falsa suposición de que hay un proletariado encabezando la lucha por el poder, la completan o, mejor, la complican, con el absurdo de que la lucha contra el continuismo y la reelección “de la embajada de la carretera sur, el PLC (¿?), la iglesia reaccionaria y sectores empresariales pudientes, la burguesía y la oligarquía contra el FSLN (…) no es más que la lucha de clases entre quienes están en contra de la historia y las fuerzas progresistas y revolucionarias que están a favor de la historia y su desarrollo.”

Para que la neoburguesía orteguista pudiera protagonizar la lucha de clases, y no del modo tan singular desde su millonaria riqueza material a costa del Estado, como abanderada de las “fuerzas progresistas y revolucionarias” y “a favor de la historia”, no debería violar la Constitución ni las leyes para que la historia no se estanque en un tipo de absolutismo somocista, como el que está emulando.
Obligada respuesta
Don Amaru Barahona: usted acaba de hacerme un doble honor: acordarse de mí, y mencionarme junto a estimados personajes. Usted es él que no se hace ningún honor con su “postalita” (END/8/1/2011).

Don Amaru: si cree más importante para la libertad de expresión enfocarse en el tema de los Wikileaks que criticar al ortreguismo, está en plena libertad de hacerlo aquí mismo, donde, según entiendo, nunca le han negado espacio -sin censura-, pese a su actitud agresiva contra los directores de END.

Don Amaru: al señor de Wikileaks le sobran recursos y defensores más importantes que yo en todo el mundo; en cambio la Constitución de nuestro pobre país, lleva cuatro años de estar siendo violada –junto a las libertades que garantiza, incluida la de expresión—, y nadie le ha pedido a usted que rompa su silencio para defenderla, pese a que es su deber como ciudadano.

Don Amaru: como para hacer la defensa franca o encubierta de este gobierno no se necesita ser “apóstol” de nada, siga haciéndolo. Pero no incite a nadie a escribir lo que a usted le gusta.

Don Amaru: una observación final; aparte de hacer una provocación y expulsar resentimientos gratuitos contra los críticos del orteguismo, mencionados por usted, no le veo ninguna otra razón a su “postalita”.

martes, 4 de enero de 2011

Entre cúpulas y bases: una relación anti natural

Onofre Guevara López


Descartada la rivalidad ideológica entre sandinistas-orteguistas y liberales-arnoldistas, la cual nunca adquirió gran perfil ni profundidad, sino formas de riñas políticas de cortos vuelos, la complicidad en torno a la acumulación de capital se tornó en fundamento de sus arreglos políticos. En consecuencia, esta afinidad en lo económico ha sido también la causa de su vergonzoso coqueteo para seguir usufructuando juntos el poder.

El orteguismo tomó la hegemonía, y el arnoldismo pasó a ser el amable rival, del que no emanan peligros para Ortega, pero sí, oportunidades para negociar con la ventaja que, además, le da la condición de reo de Alemán en manos de la “justicia” orteguista. Un hecho harto sabido. También que Ortega y Alemán son amos de sus respectivas cúpulas, por cuyas actuaciones se han ganado la justa crítica de la mayor parte de los nicaragüenses. ¿Pero qué pasa con las bases de ambos caudillos? A esta pregunta, le ensayaré algunas respuestas.

Primero, no se debe medir a las bases con el mismo rasero que a sus caudillos, por cuanto éstos se identifican por medio del capital que han acumulado a costa del Estado, mientras que sus bases sólo reciben migajas, promesas y engaños, por lo cual es más justo verlas desde una perspectiva humana, pues ambas se identifican en la pobreza y como víctimas de la condición y ambición capitalista de sus respectivas cúpulas.

Entre las bases pobres y las cúpulas enriquecidas de ambas corrientes, hay enormes contradicciones --por desgracia-- borradas por el peso y la fuerza de las patrañas políticas y la demagogia politiquera de las cuales se valen las cúpulas para adormecerlas, apasionarlas y manipularlas al gusto. Aún así, no es posible homogenizar a las bases de ambos grupos, porque su incorporación a la actividad política no tiene las mismas motivaciones; tampoco es igual su respectiva visión de los problemas sociales ni entienden las luchas políticas de igual manera.

No se puede ver con la misma óptica política a los grupos populares controlados por ambas cúpulas, aunque se identifiquen como “liberales” unos y “sandinistas-orteguistas” otros, pues eso es efecto de la enajenación que sufren. Es obligado, entonces, tratar de verlos tal cual, y a cada uno según su situación real respecto a las actividades, propósitos y los estilos de gobierno que hacen sus cúpulas cuando están de turno en el control del Estado.

Segundo, que los pobres instrumentos ideológicos de los cuales se han valido las cúpulas para atraer simpatizantes entre el pueblo, se los presentan dorados, atractivos y llenos de valores, para hacerles creer que las luchas que encabezan los caudillos apoderados de sus partidos y de su conciencia, están animadas por el humanismo y el amor por los pobres. La intensidad y profundidad con que logran movilizar a las bases a su favor, depende el nivel de fanatismo que les logran inocular, y con el cual les seguirán, incluso hasta la muerte, como ya ha ocurrido.

Por lógica, según sea la naturaleza política del partido en el poder, sus bases moderan su comportamiento. Y siendo el orteguismo el que ostenta el poder actualmente, hacia sus miembros se orienta la mirada pública.

Ya se conoce la distancia sideral que existe entre los recursos económicos de los miembros de la cúpula orteguista y los de ciudadanos de la base partidaria (decimos “partidaria” por hábito, pues el FSLN ha perdido identidad y estructura de partido). ¿Pero cómo es la situación real del resto de los “orteguistas”?
Difícil perfilar con exactitud a cada uno de los grupos ubicados en los niveles menores de esta organización política. Pero se puede intentar una aproximación. Entre la cúpula y las bases hay una capa de individuos que ocupan altos cargos públicos y participan con mucho éxito en la obtención de recursos del Estado, pero sin autonomía, pues dependen absolutamente de la voluntad de la cúpula. Este sector forma la alta burocracia estatal. Luego, vienen los funcionarios de menor rango en las instituciones del Estado, hasta bajar a los empleados menores, a todos los cuales se les controla por medio de agentes políticos llamados “secretarios políticos”.

Fuera de esta burocracia, está la masa ubicada en las empresas, los barrios, distritos y regiones manejados por “secretarios políticos de menor nivel”, cuya función es disciplinarla en el cumplimiento de las consignas emanadas del centro de mando que dirige la esposa de Ortega, bajo el nombre de “consejos del poder ciudadano”. Ella controla las actividades y las manifestaciones en las cuales la hacen participar. Al lado de este poder, está la estructura de la antigua Seguridad del Estado, transformada en “la secretaría de organización”, con fines de control político de las bases y el “trabajo” contra la oposición.

Bajo ese doble control, los más pobres acatan las órdenes sin discusión, mientras andan a la búsqueda del “compañero secretario político” para conseguir alguna ayuda, una recomendación para trabajar o para un pariente. Hay casos de quienes nunca fueron sandinistas, y ahora se les puede ver ocupando un cargo de dirección en los barrios. Los ingresos económicos de los agentes políticos están muy por encima de los mejores salarios de cualquier sector industrial, más las prebendas y facilidades para hacer negocios (y se distinguen de las bases, porque mejoran sus viviendas en los barrios, adquieren “casas del pueblo” o en algún reparto.

De este oportunismo, deriva un fenómeno “ideológico”. A los más pobres se le condiciona como base-obediente (disciplinada, le dicen), y segura asistente a todo acto político oficialista. Su dejamiento de las ideas revolucionarias es paralelo a la deformación ideológica que la cúpula le transmite en su discurso. Sus actividades son de un sincretismo político-religioso, con todo lo enajenante que esto significa. Y cualquier resultado que tenga esa actividad a la cual es conducida, será estéril para los cambios esenciales y peligrosos para el desarrollo democrático.

Nadie desconoce que individuos mal formados y deformados por el oportunismo, ven en el gobierno el facilitador de su enriquecimiento o de sus prebendas, y como su mejor oportunidad para vivir bien, la cual teme perder, y por eso lo defiende con fanatismo e irracionalidad ante los que considera sus “enemigos”. Pero las bases pobres son otra cosa, y el germen de su liberación del tutelaje orteguista, está en su conciencia, junto a su ideal sandinista.

Esas bases, no merecen ser culpadas de nada, sino dignas de ser convencidas de que el caudillo que se les ha impuesto, pretende ser presidente vitalicio, violando la Constitución y burlándose de quienes en curso de la historia han caído luchando por la libertad, la justicia social y los derechos democráticos. Recordarles, que entre estos héroes, a cuya sombra medra el orteguismo, son sangre de su sangre, y juntos deben rescatados de la manipulación.