lunes, 28 de marzo de 2011

La propaganda orteguista miente, satura y asquea


Onofre Guevara López

Además de lo falso de sus mensajes, la forma excesiva de la propaganda orteguista, provoca saturación  y asco. La mezcla de anuncio y mensaje ideológico de la propaganda electorera de Ortega –con cuatro años de duración—, se ha vuelto tóxica. No llega, como suponen, a la conciencia de amplias masas para convencerlas, si no para cansarlas. 

Sus propagandistas persiguen adormecer el discernimiento para que se adopten sus mensajes como verdades. Ellos no tratan de educar sobre nada, sólo de convencer, y de ahí que lo reiterativo de sus mensajes no lo vean como un derroche de recursos, sino como un mecanismo necesario, al estilo gobeleano, de repetir las mentiras, pensando que los receptores terminarán aceptándolas como verdades. Su problema, es que la gente sabe preguntar.

¿Cómo ser “pueblo es presidente”, si el pueblo no es nadie en concreto, sino en abstracto? ¿Y cómo Ortega puede ser “pueblo presidente”, si su cargo real es fuente de privilegios que sólo él y unos pocos alcanzan? Esa realidad no cambiará nunca, así la pregonen por todos los medios, a todas horas, en todas partes. Y, no es que ellos lo ignoren, es que no les cuesta, y la propaganda es uno de sus innumerables negocios familiares.

¿Cómo podrán creer que su mentira es más poderosa que la realidad, y que no es difícil para una persona normal descubrir el engaño? Claro, que no lo creen; si lo creyeran, no usaran el chantaje laboral para obligar a los empleados públicos a demostrar que se engañan. Y si estuvieran convencidos de su efectividad, no tendrían que recurrir a la represión de las manifestaciones cívicas. La inutilidad de su  propaganda, la compensan con la contundencia de las piedras. 

Si soy parte del “pueblo presidente”, ¿por qué no estoy enterado de cómo se gasta o distribuye la colaboración venezolana ni tengo la oportunidad de informarme, porque son recursos que no pasan por el Presupuesto General de la República? Si no me lo informa nadie, y el “pueblo presidente” ficticio y sus allegados cada día acumulan más riquezas, viven en mansiones que antes no tenían, ¿no será que lo están haciendo a costa de los recursos nacionales que escamotean para no abrirme fuentes de trabajo ni para rebajar el costo de los alimentos
¿Por qué si soy “pueblo presidente” colectivo, no tengo la libertad de movilizarme en las calles de mi ciudad por dónde y cuándo el “pueblo presidente” ficticio hace acto de presencia?

Si yo, y millones como yo, siendo “pueblo presidente”, trabajando o medio trabajando toda la vida, no puedo adquirir lo básico para alimentar a la familia, ¿de dónde saca tantos millones el “pueblo presidente” ficticio, sus familiares y sus allegados para invertir en grandes negocios, si no han trabajado para contribuir a la producción nacional en toda su vida?  

Si las condiciones de vida del “pueblo presidente” ficticio y las del pueblo verdadero son tan incomparables, ¿a qué Dios le agradece Ortega por derramar sus bondades desde el subsuelo venezolano sobre Nicaragua? ¿Será el mismo Dios que le permite darle al pueblo migajas en forma de dádivas, y pretender que se las agradezca, y se lo demuestre votando por su ilegal reelección?

Son infinitas las preguntas que el pueblo puede hacerse al respecto de tantas contradicciones del pregón orteguista con los hechos expresados por sí solos tal cual, sin la muleta de la manipulación (iba a escribir “manipulación mediática”, pero no lo hice, porque esa es una palabra estúpidamente abusada por el oficialismo para defenderse de las verdades reproducidas por los medios de comunicación).

Hay otros ángulos en la propaganda de los cuales se comenta poco. Nos referimos al mensaje propagandístico destinado a que las personas piensen y se sientan co-partícipes de sus temores a perder el poder político y, con ello, el poder económico acumulado.

A eso se orientan, cuando propagan que se pretende “derrocar” a su gobierno de “unidad y la reconciliación”, para hacer desparecer las conquistas sociales, entre ellas la  salud, la educación gratuitas. Los propagandistas parecieran no imaginar que los receptores de esos mensajes experimentan diario que la supuesta gratuidad no se expresa en buenas escuelas ni en las medicinas en centros de salud y hospitales, y que las “conquistas sociales” son dádivas a su clientela partidaria.

Otro pregón orteguista, en la búsqueda de quienes compartan sus temores, es publicitar que si gana “la derecha”, volverían los robos en el Estado… ¡como si alguna vez se hubieran ido! Para ello, y como demostración de su verdad, citan la corrupción de Arnoldo Alemán, en la Alcaldía y la presidencia. No hayan cómo borrar de la conciencia colectiva –nunca podrán hacerlo— que este político es su mejor aliado, e igual que ellos ha saqueado al Estado, y son co-autores de la crisis de institucionalidad que vive el país.

Con su propaganda han saturado calles, carreteras, pueblos y ciudades, pero no pueden ocultar con sus rótulos las mansiones construidas o compradas de la noche a la mañana. Su propaganda que satura las instituciones del Estado, no puede ocultar los robos ni a sus autores en esas mismas instituciones.

Otros recursos utilizados por la propaganda orteguista son unas verdades a medias, otras retorcidas y unas más desfasadas, aunque también funcionan como un bumerán. Los políticos opositores, dicen,  buscan el poder para defender sus intereses; tienen capital acumulado de la explotación de grandes negocios, productos de su saqueo del Estado; nunca sus gobiernos se interesaron en desarrollar programas sociales, etcétera.

Bien, muy cierto, Pero eso no les da derecho a Ortega a eternizarse en el poder, menos fraudulentamente. Con el poder en sus manos no reivindican a ningún sector del pueblo, y éste no necesita de intermediarios oportunistas para conquistar algo, ni tener que perder su autonomía ni su dignidad ante nadie. La naturaleza egoísta, usurpadora y anti social de los capitalistas salvajes, sobre los cuales Ortega vive alertando, él no los está descubriendo, si no reemplazando. Cobrándonos caro, además, porque está usurpando derechos democráticos y desestabilizando al país institucionalmente como sólo Somoza lo había hecho.

No son pocos quienes observan que este gobierno actúa a favor de los corruptos de una manera franca, como si con la actitud de omitir, callar o ignorar las denuncias sobre la corrupción –bien documentadas, por cierto—, pudiera borrar los hechos. Su lógica funciona así: si no los castigo, demuestro que no delinquen, y si los corrijo, admito que delinquen. Entonces, mejor lo ignoro todo.

Es inútil hasta intentarlo, porque cómo sea presentada, la contradecirán los hechos. No hay sutileza que valga para despertar solidaridad en el pueblo con la cúpula corrupta. No basta que recuerden que los gobiernos anteriores han sido corruptos. El pueblo lo sabe y no ha sido co-partícipe de ninguno de ellos, por lo tanto, tampoco va a cargar con las culpas de este gobierno. 

martes, 22 de marzo de 2011

Hacia una república ficticia y corrupta


Onofre Guevara López | 

Daniel Ortega es el nicaragüense más consciente de la ilegalidad de su pretensión de reelegirse. A la vez, el menos consciente del daño que le está causando al país, a su orden constitucional y al pueblo que lo habita, y lo habitará aún cuando ni él ni quienes no admitimos su pertinaz y antipatriótica aspiración estemos vivos. Ortega es una antinomia viviente.
Este lío en que Ortega ha metido a la nación, incluso a su Ejército, quedó confirmado oficial e ilegalmente el recién pasado18 de marzo. Para llegar a esta situación, sus primeras víctimas han sido hombres y mujeres capaces del FSLN, que aún los hay en el orteguismo, aunque escondan sus cualidades por cobardía o detrás de su servilismo, y ellos mismos contribuyan con Ortega en  justificar su descalificación moral. Ahora suma a los militares, los cuales, indirectamente, son representados por Omar Halleslevens.
El orteguismo siempre hizo exclusiones, Ortega ha expulsado a los aspirantes a candidatos y ha sembrado el miedo para que nadie se atreva a anteponérsele en su camino. Con ese método se permitió erigirse en candidato único y eterno. Aquí nace la diferencia entre lo que podría ser una lucha sandinista por la continuidad de su gobierno, y el continuismo de Ortega, para seguir haciendo y deshaciendo con su poder personal dentro de su falange y en contra el país.  
Así ha logrado todo: poder político, poder económico, autoritarismo no cuestionado en su falange y, por ende, absoluto. Por eso, las dificultades de Ortega no emanan de su “partido” ni de los partidos de “oposición”, sino de sus contradicciones con la institucionalidad del país, y la sociedad  nicaragüense.
Dentro del texto constitucional, la prioridad para su ofensiva ha sido el Artículo 147, porque es el que contiene el tajante y contundente el rechazo jurídico a su reelección. ¿Qué argumenta el orteguismo contra esta prohibición constitucional? Alega que le impide hacer uso de la igualdad que la Constitución garantiza a todos los nicaragüenses. Muchos juristas han desbaratado este argumento, fundados en principios jurídicos, pero siempre hay espacio para la opinión de los legos, y poder expresarse con la franqueza y la lógica más simple: para que Ortega pudiera alegar con razón tener derecho a la igualdad que, supuestamente, le es coartado por el Artículo 147 Cn., él no debió haber sido presidente ninguna vez, y  millones de nicaragüenses adultos tendrían que haber sido presidentes dos veces cada uno. ¡Absurdo y ridículo!
Y aunque el argumento parezca una broma, es incuestionable para demostrar que la prohibición constitucional a la reelección no lesiona a Ortega ningún derecho, sino lo contrario: él lesiona la Constitución. El que de hecho hizo una broma macabra es el puñado de magistrados incondicionales de Ortega de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia –ni completa ni legítimamente integrada—, al  declarar inaplicable el Artículo 147 Cn., para ”rescatar” la igualdad de derecho para Ortega.
Desnudos de ética y de principios jurídicos, le regalaron ese absurdo fallo a su patrón político, porque antes, Ortega les había regalado la reelección ilegalmente a ellos y otros magistrados, ya que la Constitución no lo autoriza para ello. Una doble ilegalidad tras un espurio propósito.
Como un lenitivo a su fracaso jurídico, Ortega recurrió también a la demagogia, la cual, por muy retorcida o ingeniosa que pueda ser, tampoco le da legitimidad. Montó una serie de seudo congresillos y un congreso sui géneris para intentar demostrar –como patéticamente lo intentó el señor Tomás Borge—, que la “voluntad popular” está por encima de toda ley, incluida la Constitución, porque la “revolución” es fuente de derecho. Pero la tal “revolución” es mítica, sólo está en la mente de sus inventores. Pero aunque existiera, después de veinte y cuatro años –desde 1987— la única fuente de derecho es la Constitución, la cual institucionalizó la vida de los nicaragüenses, y a la que todos debemos respetar.
La única forma de comprobar la “voluntad popular”, es una justa electoral. Léase bien: justa electoral, por demás imposible aquí con jueces comprados y corruptos. Pero ya la hubo como parodia, y en la elección de 2006, de la que emanó el mandato actual de Ortega, fue por una “voluntad popular” disminuida al 38% de los aptos para votar. La otra “voluntad popular” del 62% le fue contraria, aunque dividida.
Lo que más destaca en la actualidad es que, después de su propia falange, la institucionalidad de Nicaragua es la segunda víctima de Ortega –en orden cronológico, no en orden de importancia, en primer lugar, su Constitución Política. Enseguida vienen todas sus demás víctimas, y una de las últimas la busca en el Ejército Nacional.
Dentro de ese contexto ha escogido a Omar Halleslevens como su fórmula electoral, a lo que el general en retiro tiene derecho. A lo que don Omar no tiene derecho es a traicionar la Constitución avalando a Ortega con su aceptación. También es una traición a sus compañeros militares, a quienes –en su momento— educaba con el criterio de que deben actuar como profesionales, aún después de haber dejado de ser miembros activos del Ejército. Pero ahora, traicionándose a sí mismo, les envía un mensaje contrario a sus ex subordinados, ante quienes también criticaba a ex militares que pasaron a organizar partidos políticos, a los que  pasaban a integrarse a partidos políticos de oposición, con el argumento cierto de que afectaban la imagen del Ejército.
No obstante, Halleslevens ya había expresado en público su apego a Ortega en 2008, cuando en el acto de aniversario del Ejército le clonó su discurso contra los medios de comunicación. Al optar ahora por acompañarlo en su atropello a la Constitución, le confirma su fidelidad con un negativo doble mensaje a la cúpula del Ejército: a) les incita a hacer “méritos” ante Ortega en su actividad militar, y esperen su recompensa con un buen cargo cuando pasen a retiro; b) les incita a demostrar fidelidad formal a las leyes, pero en la práctica les enseña que vale más ser fiel a la voluntad de Ortega.
Halleslevens podría demostrar eficiencia en su nuevo cargo, pero no agregará a Ortega ni un ápice de legitimidad.  En noviembre de este año, Ortega podría sacarse de la manga de su Consejo Electoral la “voluntad popular”, para situarse por encima de la Constitución, pero, ¿de dónde podría sacar legitimidad a su “presidencia”?  No hay de dónde, no existe lugar en dónde, ni en este ni en ningún otro mundo.
En cambio, la ficticia popularidad de Ortega tendrá derivaciones negativas inevitables: nos dará la fisonomía de un país con falsas autoridades; con  una legalidad simulada; bajo una democracia fingida; y viviendo una aparente normalidad. Nuestro país tendrá la peor condición de seudo república que jamás haya tenido.
¿Alguien podría esperar algo mejor, después de soportar, y de alguna forma, aceptar tantas y tan variadas ilegalidades, de parte del orteguismo?