lunes, 25 de abril de 2011

¿GOBIERNO DE “IZQUIERDA” O “DERECHA”? Mejor un gobierno honrado

Onofre Guevara López 

Fundamentar un argumento político en un hecho cierto con el fin de sacar una conclusión, intencionalmente calculada, es, al menos, una torpeza. Pero no escasean los adjetivos que de la misma torpeza se derivan: zafiedad, ineptitud, rusticidad, yerro, error, descuido. Con esto, estoy entrando al abordaje de un tema vigente en la propaganda del orteguismo, de emisión constante por todos los medios: que después de Ortega, solo queda la opción de la derecha, cuyos gobiernos neoliberales se caracterizaron por un marcado desinterés social y su pro imperialismo.
Esa falsa conclusión precede a un hecho cierto: los gobiernos neoliberales se caracterizaron no precisamente por su interés en dar solución a los problemas que afectan a la mayoría de la población pobre, y por su obsecuencia ante la política exterior de los gobiernos estadounidenses. Pero hay dos presupuestos falsos en esta conclusión: Ortega no es la mejor opción ni toda fuerza de oposición al orteguismo es de derechas.
El empeño en pasar como real esa falsa conclusión es la fuente de las políticas antidemocráticas que impulsa este gobierno y de las torpes medidas con que pretende otorgar al orteguismo la condición de la única fuerza política con derecho a disponer del Estado, como mejor responda a los intereses de su cúpula, con el imprescindible Daniel Ortega a la cabeza, para hoy y para siempre. Tras esa finalidad es que Ortega se posesionó de las instituciones y se adueñó de la voluntad de sus funcionarios, en un acto de autoritarismo dictatorial del primero y de indignidad de parte de los segundos. 
La torpeza de esa conclusión está en pretender hacer lo imposible –en  cualquier parte, ahora y siempre—, que es adueñarse del país, reducir a la nada el derecho y las libertades de los ciudadanos con métodos ilegales e indignos, cuando no se logra comprar voluntades o ganar el sometimiento pasivo de la gente. A nadie que no esté poseído por un concepto torpe de los fines de la política, la función del Estado democrático y la convivencia social, se le puede ocurrir empeñarse en cumplir ese fin imposible. 
En la obcecación orteguista tras el poder absoluto –cuyo final en ningún país ha sido glorioso— no hay originalidad en el uso de los peores recursos, pues son muchos los gobiernos que les han echado manos, sin poder lograr su objetivo. En principio, porque no hay pueblo que aguante por siempre a un mal gobierno, y luego, porque el gobierno en sus intentos por intentarlo, engendra en su seno las causas de su propio agotamiento:  corrupción administrativa; impunidad para ganar fidelidades de los corruptos (el caso de Roberto Rivas, es el peor-buen ejemplo); simular honradez y practicar la deshonestidad; ser intolerante ante las denuncias públicas, por lo cual se vuelve enemigo de la libertad de expresión, sea  escrita, oral o manifestada en las calles; en fin, arrogarse derechos y autoridad para usar todo tipo de represión –en escalada, según le van fracasando los medios más sutiles— y negar el derecho de aspirar al poder por la vía electoral transparente a las demás fuerzas políticas. Esto es lo que caracteriza al orteguismo.
Hasta este momento, el gobierno se ha privado de utilizar la fuerza militar directa, no por sus valores cívicos, sino por la falta de condiciones. Pero con la celeridad con que avanza tras ese objetivo, ya ha demostrado haber manipulado lo suficiente a muchos factores de dirección de la Policía y el Ejército. La intervención represiva de estas fuerzas, no sorprendería a nadie que conozca el propósito oficial, sino a los adormecidos por la propaganda del orteguismo.
Inseparable del abusivo criterio de la exclusividad de derechos para gobernar el país, es la aberrante práctica de negar la existencia y el derecho de la diversidad. Apropiarse de la exclusividad de los derechos políticos no es menos aberrante que apropiarse de la exclusividad de la representación política de todo el pueblo, y detrás de tal aberración es que el orteguismo ejecuta su política de negación de derechos a los sectores políticos de oposición, la cual, ante sus ojos de dioses infalibles, es solo de derechas. En su fiebre de poder, incluye en la derecha a todos los que no le aceptan su continuismo con la reelección del actual presidente de la república. 
Claro que la derecha existe, y con las características que les son propias, ¿pero quién le habrá dijo al orteguismo que su existencia y sus derechos los puede borrar a su gusto y antojo? ¿No es eso lo mismo que la derecha somocista quiso hacer con los grupos de izquierda, incluidos los sandinistas? 
Al margen de la aberración de pregonar que toda la oposición la integra la derecha, está el hecho de que la oposición –unida o separada— no actúa frente al orteguismo sólo por motivos ideológicos, sino principalmente por la razón política de que a la mayoría de los nicaragüenses la tiene afectada en sus derechos constitucionales. Por ello, es imposible que no se vea ni se sienta que el orteguismo representa un peligro para el funcionamiento de un Estado democrático en nuestro país. 
La oposición tampoco es homogénea en términos ideológicos ni en la práctica: entre su sector de derecha está el arnoldismo, que es el mejor aliado –tácito o de pacto— del orteguismo. Y la oposición en su conjunto no logró unirse, por la gestión del orteguismo con mil recursos distintos conocidos, sin contar los ignorados por ser amarres entre cúpulas y tras bastidores.
Ortega sabe mejor que nadie que no toda la oposición es de derechas y que no toda la derecha le hace oposición. Pero no deja de proclamar lo contrario por diversionismo político, además de que –esto sí, que parece ignorarlo— con su machacar aberrante de esa consigna está haciendo pensar a la población en que los problemas políticos y sociales de Nicaragua no dependen del triunfo electoral de la derecha ni de la supuesta izquierda –con sus aproximaciones y sus distancias—, sino del triunfo de la ética política sobre la política de corrupción.
En efecto, dada la abundante demostración de que entre los que se llaman de izquierda en el gobierno y los que son de derechas, han nacido los gobiernos corruptos, no por sus tendencias ideológicas, sino porque, sencillamente, sus líderes son políticos corruptos. Por este hecho, amplios sectores de la población comienzan a pensar que la actitud política correcta en una justa electoral –al margen de que no existen garantías para unas elecciones transparentes, por razones harto conocidas—, no es adoptar una posición ideológica a la hora de votar, sino mantener con seguridad una posición ética.
Para llegar a esa convicción, al ciudadano sólo le bastará pensar que es mejor un presidente honrado de derechas, pero respetuoso de sus derechos democráticos, que un presidente corrupto de izquierda y violador de sus derechos. Así, claro y pelado, se define la cuestión política actual de Nicaragua.

lunes, 18 de abril de 2011

Ilegalidad, falacia, fariseísmo

Ilegalidad, falacia, fariseísmo

Onofre Guevara López | Opinión

El orteguismo diseña su modelo de campaña y traza sus líneas de propaganda, temiendo asumir, mencionar o siquiera insinuar algo relacionado con sus violaciones a las leyes y a la Constitución. Ni siquiera intentan justificar, ni jurídicamente torcido, los decretos con los cuales han anulada artículos de las leyes y la Constitución. Pero de este olímpico desprecio por la legalidad, pasaron a proclamar su amor por las leyes “que vayan representando la transformación institucional, jurídica…”
¿Cuándo? ¡Cuando “ganen” las elecciones!
Así lo expresó la copresidenta de facto, Rosario Murillo, en reunión con sus secretarios políticos el 19 de febrero pasado: “¿Se imaginan ustedes –les dijo— lo que es ganar con inmensa mayoría, de manera que en la Asamblea Nacional podamos, desde la legalidad, promover leyes que vayan en representación institucional, jurídica, que tanto necesita nuestro país?”  Fíjense: el país necesita –ellos no— leyes “desde la legalidad”, lo cual es una confesión de que ahora lo están haciendo ¡desde la ilegalidad de sus decretos! 
Están conscientes, no sólo de que la reelección de Daniel Ortega choca con la institucionalidad, sino también de que están actuando en contra del orden jurídico nacional. En tal situación sólo les queda sobredimensionar los “avances sociales” que suponen suficientes para justificar su permanencia en el poder violando todo orden legal, mientras hacen su propio orden para justificarlo todo, incluso las reelecciones que se les antojen. 
Con la férrea voluntad de imponerse por sobre la sociedad, el orteguismo se refiere al pueblo en abstracto, se considera su dirigente y se erige en su  representante único. El orteguismo materializa su idea de pueblo sólo en sus incondicionales y en los sectores empobrecidos que controlan con sus asistencias ocasionales, migajas y promesas.   
El orteguismo llama a ese método de campaña electorero: “trabajo desde la conciencia”, mientras tratan de borrar en las conciencias ajenas toda idea de legalidad, para dar cabida y preeminencia a los valores en su expresión ideal y, por ello, sin nada que ver con el orden legal. Creen que eso ayuda a distraer al pueblo de toda preocupación, por ejemplo, sobre lo ilegal de la candidatura de Ortega. Quieren hacer creer que lo más importante, lo superior y legítimo no es ninguna legalidad, sino “los intereses del pueblo” a favor de los cuales –Ortega en particular— está abocado, pues no tiene más fin en esta vida que trabajar al servicio del servicio del pueblo. 
De esa altruista finalidad, el trabajo “desde la conciencia” que ha creado y dirige la copresidenta de facto hizo apología y con ella “orientó” a sus secretarios políticos, en la reunión citada, a que hagan navegar en sus discursos valores abstractos como “amor al prójimo”, la “fe cristiana”, los ideales “socialistas” y el “corazón solidario”. Según la ideóloga oficial, con estos valores sus agentes políticos en los barrios y las oficinas públicas deberán contrarrestar “el método del sistema capitalista, el que no nos ha ayudado a servir, sino a buscar beneficios personales.”
¿Paradójico o demagógico? Las dos cosas, porque los orteguistas no han hecho nada si no en beneficio personal, “desde abajo” durante los dieciséis “años neoliberales” y los cuatro y medio años desde arriba. Y,  seguramente, que a la doña no causó rubor al afirmar eso, sabiendo que tales valores son contradictorios con su práctica política, Omitiendo tamaña discordancia, les anunció que le había pedido a Paul Oquist “me trabajara una propuesta” sobre cómo y con qué argumentos armarlos en esa batalla “desde la conciencia.” 
¿Y qué resultó de tan enjundioso trabajo por encargo? Pues nada que nadie haya dejado de oír cotidianamente: educación gratuita, escuela gratuita, subsidio al transporte y los “precios sostenidos” de los alimentos a través de Enabás. Pero a ella le pareció haber descubierto el agua tibia, y a punto de gritar “¡eureka!”, expresó una satisfacción que espero los lectores me ayuden a entender: “Eso me parece más claro para la gente –dijo—, que los millones con los que quieren impresionar a las personas que están en grandes dificultades.” 
¿Ven por qué necesito ayuda? Es que no le entiendo si “los millones con los que quieren impresionar a las personas que están en grandes dificultades”, son los millones que el orteguismo ha acumulado, ni si son sus secretarios políticos quienes quieren impresionar con sus millones a esas personas. Por lógica, se colige que, como nunca se ha oído que desde la oposición se ofrezcan millones –ni siquiera su aliado Alemán, quien, después de Ortega, es el único candidato que podría “ofrecerlos”—, la doña sólo pudo hacer referencia a sus propios millones.
Pero, como millones van, millones vienen, y se detienen en los círculos que han estado en el poder, no le veo importancia al hecho de averiguar sobre lo ya conocido. Volvamos mejor al “trabajo desde la conciencia” que hace el orteguismo al margen y en contra de las leyes esenciales y secundarias del país, con el cual trata de darle una cobertura amable a sus ambiciones políticas y económicas con la reelección. 
Complementario de la intención de la doña respecto de su orientación sobre el discurso que deberán seguir manejando sus secretarios políticos, es la transmisión que les hizo el temor que siente la cúpula ante una posible pérdida del poder. El fin es que su temor lo asuman como suyo los secretarios políticos y les estimule a realizar un trabajo político más fuerte entre los sectores populares; para que  alerten a esos sectores acerca de que en caso de sufrir el orteguismo una derrota “ante la derecha”, ésta les arrebataría “las conquistas sociales”.  
Pero, antes de transmitirles su dosis de miedo, Rosario notó el fastidio que su discurso estaba produciendo en los presentes, y se los dijo: “Veo rostros aquí, como que no les cae muy bien lo que estoy diciendo, los veo soplándose, como que están ahogándose. ¡No nos ahoguemos! ¡Ahoguémonos si no ganamos las elecciones de noviembre!”.
Después del vehemente llamado de atención, la copresidenta de facto esgrimió la idea del miedo a una derrota con una puerilidad asombrosa: “¿Ustedes se imaginan cómo los va a tratar el vecino, que es liberal a lo mejor, cómo les va a sacar la lengua y cómo se va a burlar de ustedes?” 
Nótese cómo la copresidenta de facto usa el “ustedes” para guardar la distancia que realmente tiene con ellos, y para indicarles que de la gente de su círculo nadie se burlaría sacándole la lengua. Ella, en su interior, “desde la conciencia”, sabe que no se refiere al vital órgano humano, sino a los millones acumulados desde el poder que les puede sacar. Lo poco serio de su argumento, contrasta con la gravedad de la situación política y social que le están deparando a nuestro país, con sus múltiples abusos y ocultamiento de los mismos. 
  De ahí que la recurrencia a la ilegalidad, la falacia y el fariseísmo sea igual a orteguismo.

martes, 12 de abril de 2011

Metamorfosis


Es que para entonces, ya habían hecho explosión en los individuos con diferentes niveles de responsabilidad en el Frente y en el gobierno, los vicios acumulados durante toda una vida o soterrados bajo las emociones del combate bélico. El manejo casi por la libre del poder; el bienestar material alcanzado con facilidad; y la impunidad de los abusos cometidos, acentuó el egoísmo, la ambición, el irrespeto hacia las personas y la legalidad institucional partidaria

Onofre Guevara López 

¿Por qué los antiguos guerrilleros, ahora en el poder, terminaron imitando las actitudes de los Somoza contra las libertades públicas y su propia  Constitución? ¿Acaso por defender los recursos que antes fueron del Estado,  y los nuevos negocios, a cualquier costo, incluido el costo institucional para el país, con una ilegal reelección? ¿Ha podido más en su conciencia el gusto por el bienestar material que la nobleza de los principios? ¿Creerán que engañan a la ciudadanía manejándose con el discurso revolucionario, mientras practican políticas reaccionarias? ¿Traicionaron la revolución o se traicionaron ellos mismos?

Ni por cerca se agotan las preguntas que la gente se hace respecto del cambio experimentado por buena parte de los que encabezaron la lucha armada contra la dictadura somocista, y que ahora en el poder, le clonan, copian o emulan sus métodos de gobierno. No se puede responder con exactitud matemática a estas interrogantes, porque en la conducta de los individuos influyen lo económico, cultural, ético, psicológico, moral y otros valores que funcionan de forma desigual en uno y otro individuo, aunque en determinadas condiciones se vuelven comunes para un amplio sector social.

Por eso, y por las razones que afectan toda opinión personal, no pretendo tener las respuestas exactas. Existe la tentación de recurrir al origen de clase para hallar una explicación cercana a la verdad sobre el porqué de la conducta  de los ex revolucionarios en el poder, pero eso no salva de caer en un lugar común. Porque aun siendo cierto, no ofrece garantía absoluta –ni en ninguna medida— de que los individuos, por su origen social, tienen una conciencia revolucionaria ni que, teniéndola, será siempre igual, firme y sostenida.

Hay otros factores, además del origen de clase, que ayudan a formar al revolucionario y su conciencia. Sin pretender darle un orden de importancia a nada, menciono: el estudio, conocimiento y dominio de la teoría social de avanzada, en primer lugar la marxista; la forma en que liga la teoría a su práctica política y social, en la cual no vale aplicarla mecánicamente, como una receta médica o un dogma religioso; su relación con el proceso productivo social, donde se expresan las contradicciones entre capital y trabajo, y qué actitud toma ante ellas; su participación en la lucha organizada de los trabajadores por la justicia social; y su conducta personal dentro del medio social en que vive o ha vivido.

No es todo, pero suficiente para los individuos que tienen una vocación para la actividad social y por la conducción de tal actividad. Pero también sirve para quienes, sin pretender eso, le es útil como ciudadano para tener una orientación espontánea hacia la justicia social. Fuera de los ejemplos citados como factores de formación revolucionaria, hay otros más individuales y tal vez más complejos: el entusiasmo, la emotividad, el interés, la reacción y la conducta ante los problemas sociales. Según sea consciente su actitud –calculada, organizada o planificada—, y con algún análisis de las situaciones a que el individuo se enfrenta a su realidad social, estará menos expuesto a tener reacciones espontáneas, extremas o anárquicas, porque habrá empezado el aprendizaje, no académico, como revolucionario. Luego, ligar esto con la teoría, le pondrá en condiciones no sólo de ser un revolucionario, sino de aprender a serlo mejor.

Después de este intento por explicar algunas causas que forman al revolucionario, aterricemos en nuestro país cincuenta años atrás, cuando los larvados esfuerzos por crear una vanguardia de la revolución  –que, después de varios intentos, resultó ser el Frente Sandinista de Liberación Nacional—, para ver si encontramos las causas de su actual deformación. Empecemos por reconocer que el proceso de formación de la vanguardia político-militar se desplegó en las difíciles condiciones de Nicaragua bajo la dictadura somocista. Sus líderes iniciales, ya tenían una experiencia  política e iniciación ideológica ligada a un partido político considerado marxista; a ellos se les fueron sumando otros con más o menos experiencias similares, hasta llegar a ser y a desempeñar su anhelado papel de vanguardia de las luchas sociales revolucionarias del país, hasta el derrocamiento de la dictadura.

Con la eclosión revolucionaria de 1979, y desde un poco antes, la incorporación a la lucha fue un fenómeno masivo y en medio del entusiasmo de aquella “fiesta revolucionaria”, más la salida a luz pública del Frente, la integración se hizo menos rigurosa, aunque después, ya en el poder, en su estructuración partidaria se discriminó entre militantes de primera y de segunda promoción, dejando a la mayoría en la condición de afiliada. Pero no fue esto lo más importante del fenómeno, sino que: a) los antiguos militantes, aparte de los fundadores, no tuvieron tiempo, espacio ni libertad para su formación ideológica sistemática, sólo tenían nociones generales de marxismo (algunos hasta eran anti marxistas en su forma de de pensar); y b) la gran mayoría de militantes y afiliados no tenía nociones de la teoría marxista y, en consecuencia, se limitaban a recitar las consignas revolucionarias y sus simpatías por los cambios sociales. Debido a los avatares políticos y bélicos de los años ochenta , tuvo mayor peso la participación que la formación.

Hubo otra eclosión, ahora en el interior de los individuos: todo lo acumulado en el ánimo y en la conciencia durante los años de lucha armada, más lo nuevo incorporado en los inicios del poder, comenzó a crearles otra visión sobre el poder y una nueva conducta ante los problemas. Los peligros de la lucha sin más perspectiva que la muerte, endureció el odio hacia los represores; las ansias de libertad; el dolor por la pérdida de compañeros; la incertidumbre sobre la suerte de la familia y la certeza junto a las dudas sobre el momento en que llegaría el triunfo, ocuparon la vida y el corazón las 24 horas en la vida de los combatientes. No hubo lugar para las teorizaciones.

Lo dicho, más la ausencia de una experiencia, aunque fuera mínima, en la lucha política ordinaria o en la lucha ideológica, de la mayoría de los combatientes, no les permitió prepararse debidamente, en ningún sentido, para ejercer el poder y enfrentar sus ignorados y complejos problemas en la paz y en la guerra. Y vino la debacle política, ética y moral dentro de la vanguardia que, cada día y en cada acto personal o colectivo, daba evidencias de agotamiento, desgaste e incapacidad para desempeñar el viejo y añorado papel de auténtica vanguardia revolucionaria.

Llámese “piñata” o como quiera llamarse a la descomposición del Frente, sobre todo a raíz de la derrota electoral del 90, tiene un nombre más contundente: fracaso ético de la revolución. Es que para entonces, ya habían hecho explosión en los individuos con diferentes niveles de responsabilidad en el Frente y en el gobierno, los vicios acumulados durante toda una vida o soterrados bajo las emociones del combate bélico. El manejo casi por la libre del poder; el bienestar material alcanzado con facilidad y la impunidad de los abusos cometidos, acentuó el egoísmo, la ambición, el irrespeto hacia las personas y la legalidad institucional partidaria. Ahora, también contra  la institucionalidad del país.

En pocas palabras, así  se metamorfoseó el sandinismo el orteguismo, el mismo que hoy conocemos y sufrimos, con el culto a la personalidad de Ortega, y todo lo negativo que puede derivarse de un fracaso revolucionario.

viernes, 8 de abril de 2011

De marchas y marchantes*

Onofre Guevara López

No ocurrió nada distinto a lo que Ortega decidió que no debía dejar de ocurrir: su demostración de fuerza movilizada con los mecanismos del poder que baña de “multitudes” su ilegalidad, y su dominio sobre una fuerza policial actuando vergonzantemente imparcial y vergonzosamente protectora del orteguismo.
No valen cálculos numéricos ni los comentarios acerca de cuántas personas asistieron a la marcha oficialista en pro de la reelección ilegal de Ortega, y a la marcha contra la violación constitucional que implica tal reelección. Vale sí, valorarlas según el objetivo antidemocrático de la marcha oficialista, y el objetivo patriótico de la marcha opuesta a la ilegal reelección. No caben los números, sino la observación de las diferencias éticas de ambos actos. Necesario hacerlo así, porque las condiciones en las cuales se desarrollaron las marchas prevalecieron los mecanismos coercitivos con toda la fuerza del poder, con los cuales condicionaron ambas marchas.
Es ya tradicional, que la participación en los actos oficialistas de gran parte de las personas lo hace bajo presiones en las instituciones del Estado. Y esta vez, han rebasado la tradición de los métodos coercitivos que lesionan la dignidad humana de los empleados públicos, haciéndola extensiva su manipulación de la juventud.
En cambio, las personas que participan en actos públicos de protesta y rechazo a las políticas del poder –ahora frente al poder del orteguismo autoritario pro reelección ilegítima—, sólo las condiciona su propia conciencia. Y lo puede hacer en dos sentidos: en uno, para tener y demostrar el sentido de responsabilidad cívica que se requiere para erguirse por sobre cualquier chantaje. En otro, para poder calibrar los hechos y elementos políticos, y encontrar la suficiente razón que motive su participación en contra de la imposición oficialista, sin temer a las consecuencias.
Para valorar la actitud de las personas determinadas por su conciencia, comencemos por observar que apenas anunciaron la marcha en defensa de la Constitución –que equivale para un ciudadano honrado rechazar la candidatura ilegal de Daniel Ortega—, a los grupos juveniles manejados bajo el nombre de “juventud sandinista”, el gobierno les organizó una contramarcha para el mismo día y con similar recorrido. Esto sucedió, después de que las organizaciones civiles le habían comunicado de su marcha a la Policía, la cual no tuvo el respeto debido a los ciudadanos deanunciarles en su momento lo de la contramarcha orteguista. Y no lo hicieron, sencillamente, porque nunca existió, sino hasta cuando recibieron la señal de Ortega. Por eso, tuvieron que salir con su cuento de la previa autorización de la marcha orteguista.
El objetivo no se lo van ocultar a nadie. Fue un anuncio intimidatorio –o pretendió serlo—, porque sólo el nombre –“juventud sandinista”— lo han hecho sinónimo de agresividad y violencia. Y porque se hizo evidente la complicidad de la Policía, cuyos jefes no se ruborizaron al mentir sobre una solicitud, supuestamente anterior a la de las organizaciones civiles.
Decir que ese fue un acto irresponsable de la Policía, se asemejaría a una absolución, pues cuando se habla de un acto irresponsable puede dar lugar a creer que se trata de algo irreflexivo. Y no es así; fue un acto premeditado dentro de la estrategia ortreguista de no permitir la libertad de movilización sin que, al menos, deba pagarse un costo, aunque sólo sea de temor. El cual, por cierto, muchos no estuvieron dispuestos a pagar, y marcharon pese a todos los obstáculos interpuestos por la Policía.
En cuanto las diferencias éticas presentadas por una y otra marcha –la oficialista contra la Constitución, y la cívica en su defensa—, no hay que hacer mucho esfuerzo que hacer notar que:
* La mayor parte de los marchantes orteguistas se compuso de jóvenes sin oficio, o de quienes estudian y defienden su beca con su participación en cualquier acto político, adonde los manden. Muchos hijos de papás funcionarios,
* Mujeres y hombres adultos obligados a participar, como la única garantía que tienen para conservar su empleo, dado que seguridad laboral no existe para nadie en el aparato estatal orteguista.
* El resto, lo formaron los activistas profesionales del orteguismo, cuyo único “trabajo” en las instituciones es encargarse del control político de los empleados para convertirlos en sus marchantes. Lo hacen, porque, convencidos como están que muchos no irían por su voluntad, deben certificar su asistencia. Estos agentes, son casi fantasmas y ganan buenos salarios, más las prebendas.
* Tampoco faltan los de las cúpulas de las instituciones: ministros y otros funcionarios –o sus parientes—, los cuales no son menos activos como agitadores, porque son beneficiarios de la corrupción estatal.
* No hay medio de transporte, ni recursos económicos ni la propaganda de las instituciones del Estado que no esté a la orden de los agitadores del orteguismo. Aparte de las consecuencias físicas de estos abusos, hay consecuencias morales que repercute al interior de las familias cuando uno o varios de sus miembros trabajan en el Estado.
* Si una familia es contraria a la violación constitucional que hace Ortega con su pretendida reelección, debe pasar la pena de saber que su familiar anda en las calles a favor de la reelección, que es igual a decir, en contra del orden constitucional, sin desearlo. Igual pena debe sentir el familiar y empleado público ante el resto de su familia. Podría haber familias que se privan de protestar contra la reelección, para no perjudicar a su pariente. Por eso, algunos dicen que “la política divide a la familia”, siendo los abusadores del poder político quienes la dividen.
Las diferencias entre las dos marchas y entre quienes participaron en ellas, también son esenciales. Comienza –como ya lo dijimos— con la forma y el motivo por el cual participan. Al margen de las consignas seudo pacifistas del sábado, no pudieron ocultar que no son ciudadanos pacíficos, pues son los mismos violentos tira-piedras y disparadores de morteros. Y en esta ocasión, fueron obligados a dejar en casa las camisetas pintarrajeadas con las abundantes consignas y colores, similares a cualquiera de los rótulos de Ortega, y a disfrazarse de blanco pacifista. Los morteros, fueron guardados para otras ocasiones, pues no van con la imagen de “paz y amor a la vida”. No cupieron en el ensayo de la doble moral, pues su apoyo a la violación constitucional, no la ponen en duda.
Pero, no por haber guardado las camisetas, ni por haber variado su uniformidad en su estilo de vestir, los orteguistas perdieron la uniformidad de su conducta: verborrea sin creatividad y mucho borreguismo, y todo lo hacer girar en torno al culto a la personalidad del candidato ilegal. No hay sentido de patria ni política de progreso ni de tolerancia, debajo de las camisetas blancas. Todo lo tienen limitado a la estrechez del objetivo de Ortega: ser candidato por su voluntad de imponerse por los medios fraudulentos que sean.
Cero puntos moral y ético para los marchantes del orteguismo, a los cuales, la Policía ya demostró haberse sumado.
* Marchante (por asociación política): mercader, comerciante, negociante, traficante.