viernes, 11 de noviembre de 2011

¡NO MAS DICTADURAS EN NICARAGUA. TODOS CONTRA EL FRAUDE!


Los ciudadanos nicaragüenses que abajo firmamos, en representación de las organizaciones: “MOVIMIENTO CONTRA LA REELECCION Y EL FRAUDE”, “COALICION DEMOCRATICA” y “PARTIDO DE ACCION CIUDADANA (PAC)” conscientes de que es nuestro sagrado deber patriótico el impulsar la democracia en nuestro país, y por tanto el luchar contra la consolidación de tiranías que conculcan nuestros derechos y libertades, enfáticamente
DECLARAMOS QUE
1.       El pasado 6 de noviembre los nicaragüenses fuimos testigos de uno de los actos mas bochornosos de nuestra historia patria. El partido de gobierno, el FSLN, a través del Consejo Supremo Electoral, una instancia desprestigiada y corrupta, llevaba a efecto un fraude electoral de gigantescas proporciones en aras de garantizarse el poder absoluto en los años venideros. Se consumaba así un proceso electoral cuyas características fraudulentas se evidenciaron desde el arranque del mismo.

2.       Existe un abundante inventario de irregularidades que se manifestaron a lo largo de todo el proceso electoral y que culminaron con el ofensivo fraude. Irregularidades como la ilegal e inconstitucional candidatura de Ortega, el establecimiento de un Consejo Supremo Electoral de facto, la conformación de un padrón electoral inflado, la realización de un proceso de cedulación parcializado a favor del partido de gobierno, el no permitir la presencia de observadores nacionales y ponerle trabas a los observadores internacionales, la no acreditación de los fiscales de los partidos no oficialistas en centenares y hasta miles de JRV, la falta de recuento inicial y final de las boletas electorales, la utilización de la boleta única, la expulsión de los fiscales a la hora del conteo, la apertura de juntas receptoras de votos sin la presencia de todos los fiscales y más y más irregularidades que, al decir de los observadores de la Unión Europea, hicieron a este proceso electoral “carente de neutralidad y transparencia”.

3.       Este cúmulo de irregularidades ha generado brotes espontáneos de resistencia popular que han sido reprimidos violentamente mediante la movilización de fuerzas de choque, al mejor estilo fascista, con el acompañamiento cómplice y desvergonzado de Policía Nacional que ha pasado a constituirse en una instancia partidista. Ello ha dado como resultado víctimas mortales en varias zonas del país lo que hace a este proceso electoral, además de sucio y carente de credibilidad, un proceso manchado de sangre de nicaragüenses.

4.       El Consejo Supremo Electoral de facto, representado en la figura corrupta y grotesca de Roberto Rivas, cuyos niveles de cinismo e inmoralidad no parecen tener límites, no ha publicitado como manda la Ley los resultados electorales en cada una de las Juntas Receptoras de Votos. De ahí, todo parece indicar, que sus funcionarios se encuentran afanados tratando de crear o inventar los documentos que soporten el disparatado informe de resultados electorales que han venido presentando a la nación nicaragüense.

5.       Dada estas condiciones, los abajo firmantes,  no reconocemos el resultado de estas elecciones por considerar que en ellas  no está representada la voluntad popular, ya que ésta fue violentada y burlada mediante las irregularidades implementadas e impulsadas por el partido de gobierno a través del Consejo Supremo Electoral de facto. Un gobierno surgido bajo estas condiciones es en realidad un gobierno que se impone mediante un golpe de estado amañado o encubierto por un proceso electoral fraudulento.


POR TANTO DEMANDAMOS

·         La inmediata nulidad de las elecciones realizadas el 6 de noviembre en nuestro país.
·         El cambio inmediato de las autoridades electorales actuales corruptas y parcializadas.
·         La realización de nuevas elecciones en condiciones de transparencia e imparcialidad que garanticen el respeto de la voluntad popular.
·         Que la Organización de Estados Americanos declare las elecciones fraudulentas realizadas en Nicaragua como un acto violatorio a los principios contenidos en la “carta democrática interamericana” y tome las medidas pertinentes que de ello se derivan.
·         Que la comunidad internacional no reconozca los resultados electorales y mucho menos al gobierno dictatorial producto del fraude electoral realizado el pasado 6 de noviembre.

En la lucha por estas demandas llamamos al pueblo nicaragüense a utilizar todas las formas de resistencia necesarias.  De esa manera hará que su voto sea respetado y defenderá la democracia, pues solo el pueblo, mediante su movilización,  podrá revertir las pretensiones de Ortega y sus cómplices de instaurar una nueva dictadura en Nicaragua.
Dado en la ciudad de Managua a los 11 días del mes de noviembre del 2011.

MOVIMIENTO CONTRA LA REELECCION Y EL FRAUDE.
COALICION DEMOCRATICA (CD)
PARTIDO DE ACCION CIUDADANA (PAC)

martes, 5 de julio de 2011

Orteguismo y somocismo unidos por su bien común

Orteguismo y somocismo unidos por su bien común

Onofre Guevara López 

Atestiguar la aproximación del somocismo al orteguismo –o viceversa– es volver a tener frente a los ojos la sangre manada de los cuerpos lacerados de nuestros hijos, hermanos y padres, sin más atenuante para el justo enojo que ver confirmado, en esa unidad innoble, la acusación de que orteguismo es igual a traición de los ideales revolucionarios. El compromiso de conservar la paz entre adversarios políticos lo es también con la tolerancia y el respeto a la libre existencia de todos, pero la paz no exige olvido, mucho menos la conciliación cómplice en aventuras políticas contra la libertad y la democracia.
Los nostálgicos del somocismo ofrecen su apoyo a la reelección de Daniel Ortega, y si éste lo acepta, como parece, no será para otros fines que no sea aplastar el orden jurídico nacional; concretar la violación del Artículo 147 de la Constitución; darle luz verde a la manipulación de las instituciones; confirmar los actos de corrupción; afianzar las viciosas costumbres de la política tradicional caudillesca; y legitimar los negocios privados con el dinero venezolano y estatal. Es que ningún somocista probado daría su apoyo para una acción patriótica, ni para un evento electoral con transparencia.
Al pueblo, a la sociedad, al país, no les beneficia una alianza entre somocismo y orteguismo, ni tienen porqué costear las nostalgias de los partidarios del primero, ni las ambiciones continuistas de los partidarios del segundo. Pero ningún nicaragüense sensato, de la tendencia política e ideológica que fuere, tendría que sentir indignación si esta alianza tuviera propósitos reconstructivos del orden institucional con aspiraciones democráticas. Pero ya hemos visto –y la historia no puede desmentirlo— se trata de dos tendencias oficialistas con vocación autoritaria, por decir lo menos.
Hasta las pretensiones de los somocistas, como las diputaciones y los cargos diplomáticos; más la construcción de cien iglesias evangélicas, parecerían inofensivas e intrascendentes, si en el fondo no existieran sus agresiones al orden constitucional. Que no otra cosa están haciendo los somocistas, al darle apoyo a la reelección ilegal a cambio de prebendas, y aunque se ignora si el orteguismo ha respondido, sabemos que está acostumbrado a prodigarlas entre políticos profesionales del oportunismo.
Con una oposición debilitada por su dispersión, y peor que eso: con herencia somocista también –como es el caso del PLC y ALN—, no se espera una reacción seria ante la traición del orteguismo y la desfachatez de los somocistas. Debería ser motivo de indignación y rechazo, porque los somocistas vienen a reforzar –así no tengan mucha fuerza numérica—, las ilegalidades contra los derechos políticos democráticos. Pero si la oposición oficial no ha sido beligerante frente a ninguna de las violaciones inconstitucionales del orteguismo, no será ahora que lo haga, cuando está embarcada en una burda campaña electoral.
Es significativo el hecho de que en su manifestación, con sus pancartas de apoyo a Daniel frente a su Presidencia-Secretaría-Hogar, los somocistas no hayan sido obstaculizados para nada, en contraste con lo que les sucede a los opositores, que no pueden ni acercarse al área del parque El Carmen, sin ser reprimidos por la Policía y las turbas orteguistas. Ni siquiera los ancianos en lucha por una pensión reducida han tenido el privilegio de ser permitidos acercarse a los gobernantes y a su flamante “complejo presidencial”. Son dos hechos que, pese su relativa simpleza, dicen mucho acerca de cómo se manejan los derechos ciudadanos en nuestro país.
Los políticos demagogos del orteguismo, desde sus cargos de diputados, diplomáticos o de simples mantenidos con prebendas por el gobierno, han ensayado poses de dignidades ofendidas cuando se les han señalado las características somocistas que han venido perfilando con su conducta. Lo único de lo que han sido capaces es de responder, es que hoy no existen presos políticos ni se ha matado opositores, como antes. Prisión y asesinatos son propios de la tiranía, no de la dictadura. Y aunque sean sinónimos, la dictadura se caracteriza por ejercer el gobierno al margen de las leyes, que es lo que hace el gobierno de Ortega y, por lo tanto, es dictatorial.
Cualquiera sea el pretexto esta alianza, carece de mucha importancia. Es la carrera desenfrenada por reelegir a Ortega, iniciada desde antes del 2007, lo que atropella el orden constitucional contrario a los derechos democráticos y las libertades públicas, lo que causa alarma. De manera que los somocistas no han venido a aportar nada nuevo al orteguismo, sino a reforzar lo que ha estado en marcha durante varios años.
Queda flameante, además, el hecho infame de que Ortega y su falange están produciendo todos los efectos de un golpe de Estado reaccionario sin utilizar directamente a los militares, sino falseando las leyes de la república con otro ejército: el de los funcionarios, magistrados, jueces y líderes sindicales corruptos. Todos ellos, rinden culto a la persona e intereses políticos y económicos de Ortega, como nunca le han rendido culto a las leyes y ni a institucionalidad del país.
Al margen de lo que se piense o se sienta por causa del acercamiento somocista hacia el orteguismo, se reconoce en ello el trágico hecho histórico de que somos una sociedad atrasada en lo político, lo social y en lo económico, pese a un largo y cruento proceso de lucha, y después de haber creído fundar las bases de los cambios sociales con la última revolución del Siglo XX. Hemos vuelto a vivir en condiciones similares a las de hace siglo atrás. Y ese, no es un ejemplo estimulante para los pueblos hermanos, ni para quienes tratan de explicar los procesos históricos según las leyes del desarrollo social.
No son pocos los daños y confusiones, ni están limitados a nuestras fronteras, los causados por el grupo de Ortega con sus ambiciones y su falta de ética. Un ejemplar caso: el jueves 30 de junio, minutos antes del informe televisivo del presidente Hugo Chávez, al pueblo venezolano sobre su estado de salud, Cubavisión internacional pasó un vídeo con una conversación informal entre Fidel y Chávez. Ahí, Chávez expresó la opinión sobre un hecho de nuestro pasado, con una visión distorsionada: que se critica “a los sandinistas por sus errores”, pero se omite la responsabilidad de la agresión gringa.
Falso. A los orteguistas (no a los sandinistas) se les critica su autoritarismo violatorio de la Constitución para perpetuar en el poder a Daniel Ortega, la corrupción y otros “errores”, como sus agresiones a los derechos democráticos de los nicaragüenses. Y se critica a Ortega, porque no es transparente con los petrodólares que el mismo Chávez le proporciona, y que Daniel invierte en sus negocios familiares.
Que sumen, los que quieran, aquí y afuera, ese último “error” orteguista: su similitud, por su bien común, con el somocismo.

martes, 28 de junio de 2011

La división del “trabajo”

Onofre Guevara Lopez.

Ya casi no queda nada –ni nadie que lo dude— que en el Estado casi todo funciona de hecho y no de derecho. Y ese vicio, no desconocido en nuestra historia, hoy está más universalizado que nunca. Hay un presidente que, de hecho, ganó el cargo con un porcentaje (38%) violatorio de una obligación estatuida en la ley (el 50% más uno), al amparo de acto un pacto político mafioso. Junto al presidente cogobierna una señora que no tuvo elección legal de ningún tipo, pero, de hecho, tienen una división del “trabajo” como quizá no haya otra en el mundo.
Él, don Daniel Ortega, de hecho funciona con una autonomía que la Constitución no le concede, y además de no tomarla en cuenta, la modifica a su antojo en lo que se opone a sus intereses políticos. Ella, doña Rosario Murillo, complementa ese “trabajo”, alimentándole su complejo mesiánico, con un lenguaje seudo místico, de amor a los pobres, la paz, la vida y la felicidad.
El “trabajo duro” y la fortaleza del poder lo hace Ortega en sus discursos. Antes, usa como recurso psicológico para dominar a su auditorio, hacerse esperar hasta cuatro horas, mientras le distraen con música, consignas y espectáculos de bajo nivel artístico. Su hablar pausado no es sólo por su falta de fluidez, sino porque recalca sus palabras e ideas hasta el cansancio, como queriéndolas penetrar en sus mentes junto a su imagen de caudillo incontrovertible. La parte maternal y mística es de Murillo, quien, con tono declamatorio melodramático, elogia las virtudes del “comandante Ortega” (que nunca comandó en la guerrillera).
Para Rosario, Daniel es hombre que no duerme, pensando en los problemas de los pobres y de la patria; piensa en todo: la casita para regalar a los pobres, la educación de sus hijos, la salud de todo el pueblo. Todo adquiere en su voz de santidad fingida, como esperando que ocurran sus milagros frente al auditorio. Las 24 horas del día, se le oye por sus radios, y la mitad del día se le ve por sus canales de televisión, y en los encuentros con sus secretarios políticos, excitando a mejorar el “trabajo”, a no apartarse del objetivo de propagar la idea del “bien común”, para lo cual nada es mejor que conseguir la reelección para que el bienestar y la felicidad de los pobres sean alcanzadas a plenitud.
Ella pone semblante de piadosa matrona en misa cuando habla Daniel, pero no invade su terreno, porque en su voz mística no calza lo que en la suya –de Daniel—: las palabras idóneas contra los peleles, agentes de la embajada gringa, traidores, hijos de Gobbels, vendepatria, defensores de los oligarcas y etcéteras que ya ni se diga. Pero en ambos, en su turno, no faltan las invocaciones a Dios y a la virgen María, cuya voluntad divina de ayudar a los pobres se expresa a través de Daniel. “Cumplirle al pueblo, es cumplirle a Dios”, no es consigna que se queda en los rótulos, baja a las masas como su sagrado compromiso de no fallarle a ninguno de los dos. Este recurso demagógico se los ha facilitado el espacio que dejó en sus mentes una teoría revolucionaria en su fuga, de pronta y fácil disolución.
La indiferencia que Daniel y Rosario lucen por la legalidad es tan imperturbable como la Esfinge. Y no sólo porque no la respetan, sino porque ante las protestas por las violaciones que les hacen a la Constitución y a todo el orden jurídico, no les mueve ni siquiera para argumentar sus medidas. Se sienten por encima del bien y del mal, luego de que ordenan a sus agentes una violación constitucional, y todo queda consumado por su sacra voluntad. Escrito “en piedra” está, dicen después.
En otro nivel de la división del “trabajo”, desconocer, violar el orden jurídico, es labor de sus agentes-magistrados en el Poder Judicial, y para aplicarlas, está su Consejo Supremo Electoral. Ellos responderán a las críticas, si quieren, porque nada ni nadie les obliga. Los co-gobernantes, ante las denuncias documentadas de la corrupción en las instituciones no dicen una sola palabra en público, aunque en privado reparten más premios que castigos, pero eso no es materia que merezca ser discutida ante el pueblo, el que, en vez de información, recibe consignas.
Otro tema que no alcanza el mérito de ser tocado por sus excelencias es el de sus cuantiosos negocios con el dinero venezolano y del Estado. Pueden caer rayos y centellas en forma de críticas y denuncias, y nada les hace explicar nada. En su división del “trabajo” eso no cuenta; eso corresponde al área sagrada de lo intocable, o cuando más, sólo para algunos de sus testaferros.
El orteguismo se ve empeñado en destruir las bases jurídicas de un Estado ya penosamente democrático, y cada quien hace su “trabajo” en el área encomendada. Para ello, han moldeado una militancia sobre la base de prebendas y oportunidades de enriquecimiento con impunidad. Han construido una maquinaria deshumanizada y ambiciosa: por ideología tiene fe; por principios obediencia; por convicción ciega confianza; por ideales objetivos; por dirigentes ídolos; por organización secta religiosa.
Creen vivir en una burbuja de cristal, donde habitan los buenos, mientras los malos están excluidos por castigo divino, dado que atentan contra la felicidad de sus bienaventurados “burbuguenses” (los nuevos burgueses). Por eso, son sordos ante las denuncias de corrupción; para ellos, sería darles gustos a los enemigos, agentes del imperialismo y la derecha que añoran los gobiernos neoliberales corruptos, y llevan a cabo sus planes de acabar con el poder del pueblo, dignificado por primeras vez por “su  revolución”. Enseñan a su gente ver el poder no como medio para avanzar cambios sociales, sino para materializar sus ambiciones; las condiciones que se han creado con el poder, les ha aflorado adormecidos o postergados vicios, y les estimulan los nuevos.
Los “cuadros” nuevos están condicionados por un ambiente político decadente, sin ninguna experiencia de vida bajo el somocismo y, por ende, ajeno a las luchas históricas, sin cultura política ni ideales progresistas; se los han sustituidos por el fanatismo caudillista y el oportunismo político. Por eso, no les ha sido difícil tomar las piedras para usarlos contra los “enemigos”, y defender al “Hombre”, haga lo que haga en contra de la institucionalidad. Su objetivo se lo han marcado muy bien: defender con cualquier medio al gobierno de “los pobres” en una cruzada por la felicidad de todos, contra los malos que conspiran bajo el pretexto de defender los derechos democráticos y abusan contra las libertades que garantiza este gobierno.
En fin, los nuevos “cuadros” tienen las “cualidades” del agente, el “oreja” o el guardia de los somocistas llena-plazas y represores.   
Función resumida de la maquinaria orteguista: en lo ideológico: instintos contra convicción; en lo económico: la caridad en vez de trabajo digno; en lo administrativo: oportunismo versus honradez; y en lo político: el poder contra derechos. Una maquinaria puesta en marcha al alimón por una falsa mística y un falso revolucionario. Una armónica división del “trabajo”.

martes, 14 de junio de 2011

Breve transito del origen al ocaso de un Partido


Onofre Guevara López

El que fue Frente Sandinista de Liberación Nacional –lo sigue siendo oficialmente—, es el único partido político nicaragüense en cuya génesis no hay ningún rasgo democrático, debido al carácter político militar de su estructura orgánica inicial, cuando predominó más lo militar que lo político. Con esa característica llegó al poder como fuerza dominante en julio del 79, por lo que su estructuración partidaria formal comenzó junto a sus funciones administrativas del Estado, y con una celeridad no ajena a las improvisaciones.

A la Dirección Nacional Conjunta le sucedió la Dirección Nacional, con los mismos actores. Esta Dirección Nacional, quedó integrada en el movimiento como una Comisión Ejecutiva o Comité Ejecutivo al frente de el Congreso, la Asamblea Sandinista –a modo de Comité Central—; los Comités Regionales, Departamentales, Municipales y en el pie de esta pirámide, los Comités de Bases de distritos, barrios y empresas. Una estructura similar a la de un partido comunista, pero sin su tradición, experiencia ni su manejo colectivo de los fundamentos ideológicos clásicos del marxismo-leninismo, aunque se rigió por el “centralismo democrático”, con más centralismo que democracia.   

Siguió predominando el verticalismo tipo militar; los secretarios políticos en los respectivos niveles de toda la estructura, eran comandantes guerrilleros, ex combatientes o funcionarios públicos, de empresas estatales y fábricas. No había una relación horizontal entre dirigentes y militantes y miembros de base, sino a través de órdenes verticales. La situación de guerra durante diez años, hacía imposible la democratización de estas relaciones, aunque se logró hacer funcionar reuniones de los Comités partidarios y sus discusiones, aunque casi siempre en torno a materiales elaborados por los organismos de agitación y propaganda sobre la actualidad política o los discursos de los miembros de la Dirección Nacional.

Se ejercía la crítica y la autocrítica, a menos a lo interno de los Comités, no hacia fuera ni hacia arriba. Algunos temas relacionados con los problemas del FSLN, de cuestiones en torno a sus dirigentes y sus ministros eran vedados por órdenes expresas, por auto censura o porque el éxtasis revolucionario lo embargaba todo y a todos. Lo prioritario era la defensa de la revolución en todos los terrenos, y no se le daba mayor importancia ni espacio a cuestiones de la teoría. Los materiales de lectura y estudios eran las distintas versiones sobre la lucha del General Augusto C. Sandino; y los fundamentos marxistas, no siempre en los textos de los clásicos, sino en  versiones de manuales soviéticos y cubanos. Pese a todas esas limitaciones, en el FSLN había una vida y una actividad partidaria dinámica y participativa; predominaba un sentido de pertenencia y de responsabilidad respecto al FSLN.  

Las inquietudes internas asomaron a finales de los ochentas, y el viraje hacia la democratización partidaria ocurrió posterior a la derrota electoral del 90, la que fue frustrada y se inicio al ascenso del dominio personal de Daniel Ortega y los de su círculo. El Congreso y la Asamblea Sandinista fueron perdiendo regularidad e importancia, hasta reducirse a las páginas de los Estatutos que, a su vez, se hicieron inefectivos, decorativos. La estructura partidaria se disolvió en grupos de activistas manejados verticalmente, hasta convertirlos en esos engendros llamados “Consejos del Poder Ciudadano”.  Eso funciona como de propiedad personal de la familia Ortega-Murillo y algunos de sus secuaces. El caudillismo de Ortega rompió la estrechez del caudillismo criollo tradicional, y ha impulsado el culto hacia su persona con una tecnología que en el pasado no conocieron ni imaginaron los Emiliano Chamorro ni los tres Somoza.

Más antidemocrático no podría ser el actual partido orteguista. Sin embargo, el orteguismo, no se reduce al fenómeno del verticalismo en lo orgánico, sino que tiene efectos en la conciencia, la conducta, el pensamiento, los valores en sus viejos y nuevos miembros, creando otra estructura ideológica en lo individual y colectivo.

Una mezcla de lenguaje “revolucionario” con el discurso y el ritualismo seudo religioso de los Ortega-Murillo, sustituyó al débil fundamento ideológico marxista que sólo conocieron superficialmente. Las invocaciones frecuentes a Dios y a la Virgen en sus discursos –falsas o no—, han reemplazado a su escueto marxismo, con la finalidad de ganarse la conciencia de sectores populares atrasados para su proyecto de reelección ilegal, y aun más allá, al infinito de sus ambiciones personales.

Las actividades de las bases del orteguismo giran con entusiasmo inocente en torno a las celebraciones de La Purísima en diciembre, compartido con las celebraciones del 19 de julio. A sus bases les anima un sentido de mendicidad, y a su jerarquía de caridad y de “amor cristiano”. Esto mismo funciona en otras ocasiones de motivos políticos religiosos. Les domina la idea de “conseguir algo” de manos de los magnánimos y “cristianos” gobernantes, que va desde un trabajo a una casita; desde los juguetes para los niños al préstamo de dinero; desde una mochila –con propaganda electorera— hasta la gallina y el cerdito; en fin, toda la demagogia y el oportunismo en que han degenerado sus llamados “programas sociales”.

Los miembros de mayor nivel político alcanzan cargos que no son dignos de llamarse de “dirección”, sino de promotores de agitación y propaganda, con predominio del sentido del beneficio personal.  No hay mística partidaria –pues en verdad no hay partido—, ni fidelidad política por convicción, sino por interés de quedar bien con el jefe inmediato, como medio de progresar a la sombra de los jefes mayores. No se practica la solidaridad por principios, sino que se trueca sumisión por beneficios personales.

Esta práctica funciona a dos escalas en que se divide el orteguismo: 1) los se arriba, que, aparte de sus altos salarios, nutren sus ingresos con acciones ilegales a través de operadores de abajo dentro de las instituciones estatales; 2) los arrimados –que crece en número e influencia—, que son alcaldes, concejales, diputados y políticos de otros partidos en busca de oportunidades, sea un cargo mejor o la compra-vente de favores y votos. Hay profesionales, ex banqueros, ex funcionarios de gobiernos neoliberales que han encontrado en el orteguismo su fuente de ingresos. Una red de tránsfugas, como una red de “trata de blancas” en el sistema político.

Este sistema está fundado sobre una mentira: la millonaria colaboración venezolana no es solidaridad hacia Nicaragua, sino con Daniel Ortega, que  apuntala su proyecto personal. La paradoja es que el país la está pagando  en varios sentidos, y mientras la deuda se hace más grande, más se aleja de los intereses nacionales.

Ante el ocaso del FSLN, comandantes de la revolución y guerrilleros; ex combatientes y militantes le han abandonado para resguardar su dignidad, la del sandinismo y la de los nicaragüenses.

martes, 7 de junio de 2011

Los partidos: Podrían ser menos antidemocráticos


Onofre Guevara López

La experiencia no es despreciable si se trata de ser fiel a la realidad histórica, y en la experiencia de los partidos políticos, nada hay que recomiende reconocerles una esencia democrática. Para encontrar esa verdad, basta despojarse de simpatías partidarias y de cariños de juventud.

Sólo en su declaración de principios, en sus estatutos y programas se halla la identidad democrática de los partidos. Y en la necesidad de las clases, grupos o sectores de contar con un instrumento de lucha, se convalida su existencia. Pero en  sus estructuras orgánicas piramidales, nada indica que los partidos políticos puedan funcionar de manera democrática.

Afirmar que todos los partidos son iguales, es faltar a la verdad. Tampoco se puede estandarizar todas las complejidades de los partidos –en sus concepciones y actuaciones—, pues dificultaría hallar las diferencias que comprueban cuáles de ellos son más o menos anti democráticos.

Entre el conjunto de razones que dan vida a los partidos, destaca su utilidad  como instrumentos organizados de lucha; y por medio de la disciplina se cohesionan voluntades para la acción de conjunto en una sola dirección. Los partidos necesitan disciplina, pues sin la cual corren el riesgo de caer en acciones anárquicas y, por ende, incontrolables.

Todo eso es indispensable en los partidos para obtener su principal objetivo: el poder político. Una alternativa de la acción partidaria es la movilización espontánea, libre, auto convocada de las masas populares; y ante su poder no hay gobierno que resista. Pero, la falta de organización, de orientación única y de disciplina de estos movimientos, propicia que, al final, sean los partidos los que se queden con el fruto de esta acción colectiva.

A su vez, un partido político –o una  coalición de partidos— para garantizar el triunfo logrado por la acción de masas o por la vía electoral, es imprescindible el apoyo de las masas. Pero, en ese momento, es cuando comienzan a emerger y sentirse las contradicciones entre las cúpulas que ganan el poder, y las bases que, pese a su fuerza social que las sustenta, no tienen el control del poder. Las bases son pilares sobre los que descansa el gobierno, pero con eso no llega la culminación de sus aspiraciones ni el fin de sus necesidades. Juntas, las cúpulas y las bases, hacen el partido, pero éste no funciona igual para ambos.

Este es un problema insoluble, y en el curso de los acontecimientos sociales se distancian aún más, y de entre las cúpulas son los líderes o caudillos  quienes se hacen cargo de todo, relegan a las bases y las buscan en casos de crisis o en los procesos electorales. Los partidos son como sociedades anónimas, donde mandan quienes poseen la mayor cantidad de acciones; pero en la sociedad partidaria nadie es más fuerte por tener muchos carnés –nadie  tiene más de uno—, sino porque han copado la dirección partidaria, sea por méritos reales o ficticios; y cuando logran convencer, se vuelven indispensables, y utilizan sus méritos para hacerse de posiciones privilegiadas,

Los cambios que se operan en el orden orgánico estructural en los partidos son paralelos a los cambios que se operan en el orden ideológico de los líderes; sobre todo, en el orden ético, pues el poder deja de ser para ellos el vehículo para la transformación social –aunque sigue siendo el pretexto—, y pasa a ser un medio para el enriquecimiento personal. Estos cambios pueden ser similares en todos los partidos, pero no se expresan mecánicamente iguales, pues depende de la naturaleza, carácter o fundamentos ideológicos de cada partido y, en consecuencia, tampoco son iguales los métodos de conducción, de reproducción y cambios de líderes y órganos de dirección.

Unos partidos de derechas, cuando hay condiciones anormales –una dictadura militar o ven en peligro su sistema— caen en abiertas prácticas fascistas en apoyo al gobierno. Otros les hacen oposición. Cuando no hay tales excepciones, practican la alternabilidad de su liderazgo, y casi ningún líder baja de las alturas privilegiadas, quedando como “presidentes honorarios” o como “consejeros”, ni deja de utilizar los mecanismos internos de poder para promover a sus amigos y, a través suyo, seguir mandando. Guardar las apariencias democráticas, aunque se reelijan una, dos y hasta tres veces.

En los partidos de izquierdas se opera con otro mecanismo; en ellos casi no hay solución de continuidad en las direcciones partidarias. Siempre se arguye la experiencia, el prestigio, la capacidad, la ascendencia sobre las bases ganada con sacrificios personales, inteligencia en el diseño y conducción de tácticas y estrategias. No carecen de valor, las acciones en las circunstancias históricas de la lucha en que se han desempeñado; más su firmeza política e ideológica. Los partidos de izquierdas son  prolíficos en dar este tipo de líder. Y también son innumerables las veces en las cuales dirigentes de este nivel, ya en el ejercicio del poder, truecan sus cualidades revolucionarias por toda clase vicios.

Hay líderes que apenas pueden lucir alguna de las cualidades del auténtico revolucionario, y no todas las múltiples cualidades, pero con la misma facilidad con que se hacen del control partidarios, degeneran en ambiciosos y autoritarios. Las conductas de los dirigentes de la izquierda no son estándares, como tampoco tienen personalidades iguales. Como núcleos humanos, en los partidos hay individuos de todas las conductas.

Se ha demostrado que se requiere más valor y calidad humana para no resbalar hacia las banalidades y las vanidades del poder, que enfrentarse a los enemigos de clase en las luchas armadas. El lado débil de quienes se transforman con el poder es el amor al dinero, sentirse únicos y merecedores del culto de sus partidarios, pretensión que hacen extensiva hacia toda la población.

Pese a las debilidades partidarias, y la imposibilidad de que los partidos sean democráticos, su existencia es objetivamente necesaria; ¿qué hacer entonces? ¿Reestructurarlos o crear nuevos partidos? Las dos cosas son posibles. Si embargo, a nadie desde fuera de los partidos le corresponde impulsar la primera solución, y aunque se puede organizar nuevos partidos, eso no resuelve el problema de fondo, sino que reproduce.

Es la militancia de cada partido la que tiene el derecho y el deber de superar sus vicios, en primer lugar, con la crítica franca, tenaz, valiente contra quienes los practican.  Junto a la crítica, exigir el cumplimiento de sus programas y estatutos, que son los primeros que apartan los líderes. Pero sin comprender el fondo del problema, no le será posible a las bases impulsar una crítica certera, y estar conscientes de que las cúpulas no la permiten, y esta será su primera gran prueba de si podrán o no hacerlos  cambiar.

Sobre todo, se debe estar claro de que no será posible convertirlos en partidos democráticos, sino sólo en partidos menos antidemocráticos. 
  

martes, 31 de mayo de 2011

¿Partidos democráticos?

Onfre Guevara López


Eso es un mito, un apodo generoso del cual hacen un slogan, una tarjeta de presentación propagandística. En los programas hacen declaraciones de fe democrática. Los partidos de derechas esconden su ideología reaccionaria tras su amor a las libertades y a los derechos humanos –y a veces—, a Dios, lo cual es como no decir nada que les comprometa.

Los partidos de izquierdas, cuando no se declaran marxistas, se esconden tras la fraseología revolucionaria, progresista; declaran su amor por las clases trabajadoras, con lo que tampoco dicen mucho, aunque se  comprometan. En teoría, los partidos políticos tienen la democracia como su meta fundamental, pero terminan siendo propiedad de las cúpulas antes y después de alcanzan el poder.

En el funcionamiento orgánico y las estructuras de dirección de los partidos, se encuentran la dificultad –casi la imposibilidad— de ser auténticas asociaciones democráticas. Se ha adoptado en organismos partidarios de izquierda un mecanismo democrático de funcionar, y han  creído haberlo logrado. Son los “principios leninistas de organización”, entre los cuales sobresale el “centralismo democrático”.

Estos partidos admiten la discusión amplia y libre en todos los niveles de los problemas para sacar resoluciones de mayoría, luego de lo cual todo el mundo debe tomarlas como únicas, obligatorias e inviolables normas de conducta en su actividad partidaria. Quienes mantuvieron posiciones opuestas durante las discusiones sobre los temas que luego fueron acordados por mayoría, pueden seguir disintiendo sobre el particular, pero sin derecho a actuar en oposición a lo ya aprobado.

Se creyó que así se podía funcionar con democracia a lo interno, pero nunca fue perfecta, y dejó de ser un método democrático, cuando en la dirección de los partidos se enquistan líderes casi inamovibles, que lo determinan todo desde la altura de sus cargos burocráticos. No desparece la discusión de los temas y problemas en esos partidos, pero sobre temas ya aprobado en la cúpula. Y es posible introducir propuestas y modificar los “materiales de trabajo” de los congresos emitidos por la dirección, pero no siempre son cambios fundamentales, si no de formas. En lo básico, todo se queda tal como fue inspirado por la cúpula. Ahí fenece lo democrático y sigue funcionando el centralismo.
En los partidos de derechas se habla de libertad de criterio, de libre expresión del pensamiento, de elección libre, derecho a la disidencia y a formar minorías. No obstante, todo es mera formalidad, pues pesa más la autoridad, el prestigio, la ascendencia, el padrinazgo, la posición social y económica de los líderes con dotes de caudillos, quienes, además, echan sobre las bases el peso de su origen político y familiar. De hecho, son los dueños de los partidos. Lo que es hoy el partido orteguista, después de su metamorfosis, no es nada distinto a los partidos de propiedad personal.

En los partidos hay realidades cuya naturaleza no se pueden regular por ningún estatuto –aunque éste intentan regularlos—: son los intereses y diferencias de clases, los valores y conductas de quienes alcanzan posiciones cimeras; es decir, de los líderes o caudillos. Estos pueden robar desde el poder, y es visto por sus bases fanatizadas como algo sin mucha importancia –hasta lo niegan—, y ante ellas brilla más el nombre, la aureola y el culto que se han creado los líderes. Entonces, se instaura un hábito antidemocrático: los deberes, los derechos, la ética, los valores, el respeto personal, no son iguales para los líderes que para los individuos de la la base. Dueños del partido, como una más de sus empresas, los líderes se vuelven inalcanzables, y hasta para una entrevista anodina depende si se puede conseguir una audiencia. Sólo los guardaespaldas o sirvientes de los líderes, alcanzan la gloria de su cercanía, pero nunca su amistad.

Sea por diferencia de vocación, asuntos de preparación, conocimientos, experiencias, personalidad y otros distintivos que hacen destacar a los dirigentes, éstos se los toman como un privilegio que les da derechos que otros no pueden alcanzar. Y así se establecen discriminaciones iguales o peores que las de clases, y junto a las diferencias, funcionan dentro de los partidos. Por muy elevadas que sean sus declaraciones de principios y objetivos sociales pregonados, no pueden borrar discriminaciones ni diferencias; más bien éstas se acentúan, por dinámica propia o por estímulos interesados.  

Lo dicho no es todo, pero basta para confirmar que no existen partidos democráticos. Lo que ahora está pasando al interior del que fue Frente Sandinista, no es muy diferente a lo que ocurre en otros partidos. Pero, por el hecho de estar en el poder, y abusar del mismo, hace más evidentes sus rasgos antidemocráticos. Las diferencias dentro del orteguismo hacen más ruido, porque combinan los abusos económicos con el poder político.      
A excepción de eso, lo demás es común a todos los partidos. La descomposición individual, trae consigo la descomposición partidaria –o se descompones al mismo tiempo— antes de llegar al poder, después de haber llegado y de retorno a la oposición. Se forman sectas, grupos o círculos en torno al control del partido: una elite con goce exclusivo de poder decidir la línea política, la selección de los candidatos y de los dirigentes intermedios. La base vota, hasta después que la cúpula escoge.

Dentro de los partidos, ascienden quienes son incondicionales de uno y otro jefe; las cualidades y las capacidades personales, pueden ir juntas o no, pero tiene más valor el grado de fidelidad o servilismo que muestran los aspirantes. Claro, los serviles corren la misma suerte del jefe de su secta partidaria. Es aleccionador el caso de Lenin Cerna y sus protegidos. No es algo accidental, sino un reflejo de la falta de democracia interna.

En el partido orteguista hay aristas peculiares. Las estructuras y la militancia del antiguo Frente Sandinista, ya no son las mismas. De sus nueve dirigentes sólo quedó Daniel Ortega, con todo el poder y ha moldeado el equipo que le rodea a su imagen y semejanza en lo político, lo ideológico y lo ambicioso. Parte de la base original que se quedó, fue ganada con prebendas y cargos; ha trocado ética, mística, valores y principios por fidelidad. Ese tipo de militancia se refleja en su lista de candidatos.

Eso, lo resienten viejos militantes, que se quejan de haber sido marginados para dar lugar a los recién arrimados. Pero no parecen entender cuáles son las causas de esos cambios, pues se quejan con miedo, y no actúan con firmeza para rescatar aunque sea el respeto a su condición de militantes históricos. Eso prueba que el partido orteguista ya no es el original y su poder, un imán para oportunistas. Es lo que necesita Daniel Ortega, para asegurar el éxito de su proyecto personal.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El Foro de la complicidad

Onofre Guevara López



La política exterior de los Estados Unidos hacia Latinoamérica, ha sido de injerencia política e intervenciones armadas desde sus días imperialistas inaugurales del Siglo XIX. Y en “saludo” a la llegada del Siglo XX intervino sobre Cuba, Puerto Rico –quedándose con la isla hasta día de hoy—, México y Nicaragua, donde sus tropas se quedaron durante 22 años. Desde mediados del XX en adelante, y en curso hacia el Siglo XXI siguió en perenne promoción de golpes de Estado, el reforzamiento de su influencia a través de dictaduras militares, alternándolo con invasiones armadas directas y mercenarias en Guatemala, Cuba, República Dominicana, Panamá, Granada.


Del lobo imperial “son incontables sus muertes y daños” en el resto del mundo. Ahora mismo, mantiene guerras contra dos países e incursiona con licencia de la ONU en Libia. Por ello, queda fuera de toda sorpresa que el Foro de Sao Paulo en Managua haya reiterado acusaciones contra la política exterior euro-estadounidense en Libia. Exonerar de crítica a Kadhafi, y solidarizarse con él, más su apoyo a Ortega en su violación constitucional, tampoco es sorpresa, sino complicidad.


El imperio gringo, es un “blanco” gigante al cual, desde donde se le dispare se le dará en el centro, aun sin ser un buen tirador. Y un mal tirador, es Daniel Ortega, a la vez que cazador nada furtivo de los derechos democráticos de los nicaragüenses.


Ortega cocina su caza con demagogia, usando gorro de “chef” de izquierda, aparentando garantizarle alimentos al pueblo nicaragüense, pero sólo ofrece platillos amargos, los cuales no son del agrado de mayoritarios sectores. Si otros “chef” del Foro con gorros de izquierda hacen igual o algo parecido en sus países, son sus pueblos los que tienen que aceptarlos o rechazarlos.


Por el secretismo que ordenó Ortega en el Foro antes del acto de su clausura, no se sabe si los delegados pudieron conocer los platillos orteguistas o si, por simple observación de políticos avezados que son, pudieron advertir que nuestro país está alejado del socialismo como puede estarlo quien adereza su discurso demagógico con ese principio, sin utilizar ningún condimento que se le parezca. Pero ahí están los resultados, de los cuales observarían algo de lo que el “chef” anfitrión está cocinando y talvez pudieron descubrir que:

* No es ni puede ser creíble, quien, junto a los oscurantistas de la derecha –sus iglesias incluidas—, en octubre de 2006 marchó contra el aborto terapéutico y lo penalizó con sus votos en el parlamento. (El aborto terapéutico, estuvo vigente por más de un siglo, aprobado y respetado por gobiernes conservadores). Lo de Ortega, es reaccionario, no socialista.


* No es ni puede ser creíble, quien se apropia de los recursos de las cooperación venezolana, y los esconde del control de la ciudadanía si estuvieran dentro del Presupuesto General de la República. Con esos recursos funciona una maquinaria de hacer capital, utilizando el poder del Estado y métodos ilegales; y tiene en proceso de construcción un imperio mediático con muchas televisoras y muchas radios. Esto es ser capitalista salvaje, no socialista.


* No es ni puede ser creíble, quien ha concentrado todos los poderes del Estado y de las instituciones, como el Consejo Supremo Electoral, administrado a través de burócratas corruptos –nunca antes afines al sandinismo, sino al somocismo— y quienes ya le han montado un fraude y el otro va en camino. Otro manejo dañino lo ha hace en la Corte Suprema de Justicia, donde una minoría de sus incondicionales, emitió un fallo espurio, declarando inconstitucional la Constitución para permitirle a Ortega la reelección (doblemente prohibida). Eso es gangsterismo político, no socialismo.


* No es ni puede ser creíble, quien compra votos en la Asamblea Nacional de diputados seudo opositores para elevar a más de cincuenta su bancada que al inicio –como resultado de las elecciones— sólo era de 38 miembros. La bancada orteguista, es ahora un híbrido de tránsfugas, oportunistas y ex sandinistas, a la cual Ortega quiere reelegir. Eso es aventurerismo político, no socialismo.


* No es ni puede ser creíble, quien comparte el 50% del control del Estado y –a aún más— del partido orteguista con su cónyuge, al margen de la ley, y sin haber sido ella electa para ningún cargo en el que fue Frente Sandinista. Eso es monarquismo de patio, no socialismo.


* No es ni puede ser creíble, quien llega al poder con el 38% de los votos, por medio de un pacto político con uno de los más corruptos gobernantes que hemos soportado para repartirse el poder, y negocia con él a cambio de ayudarlo a burlar la justicia y de liberarlo de condenas hasta de 20 años de cárcel por sus delitos contra las finanzas del Estado. Ese es gangsterismo político, no socialismo.


* Los votos de Ortega en el 2006 no llegaron a 900 mil, pero ahora, bajo amenaza de quitarle el trabajo y la dignidad a los empleados públicos, les hizo aceptar carnés de su partido para sumar un millón de nuevos “militantes”. No son sus votantes seguros, pero es su recurso para cuando se efectúe el fraude electoral que prepara, alegar que teniendo más de un millón miembros no necesita hacer nada ilegal para “ganar” elecciones. Esa es una acción fraudulenta, no socialista.


* No es ni puede ser creíble, quien se proclama antiimperialista y acepta todas las imposiciones del FMI, incluso su proyecto de subir a 65 años la edad de la jubilación y elevar el número de cotizaciones al Seguro Social, de 750 a 1.500, o sea, alargar de quince a treinta los años trabajados para tener derecho a jubilarse. Siendo 70 años las esperanzas de vida en nuestro país, significa que no habrá seguridad social, sino explotación de los trabajadores. Eso es ser anti-obrero, no socialista.


Es probable que si los delegados al Foro sólo vinieron a hacer turismo político, no se hayan enterado de nada; o no les interesara, porque su plan era darle su respaldo a Daniel en ilegal candidatura a la reelección. ¿Ignorarían que su evento no tuvo la presencia –por censura oficial— de los medios de comunicación no orteguistas? ¿No sabrían que Ortega, en más de cuatro años en la presidencia no ha tenido ninguna conferencia de prensa, sino sólo monólogos radiotelevisados en cadenas obligatorias?


Talvez se enterarían de que frente al hotel donde ellos estaban, las turbas orteguistas, con la complicidad de la Policía, reprimieron a sandinistas no orteguistas, por querer hacer uso del derecho de manifestarse y ser escuchados, dado que, siendo en verdad de izquierdas, no les admiten representación en el Foro de Sao Paulo. Buena parte de los miembros de ese Foro son tiradores contra el dinosaurio imperial, y a la vez cazadores de oportunidades en sus respectivos países.


Si se enteraron de lo que es el orteguismo y por encima de eso se solidarizaron con Ortega, no estuvo bien. Pero es bueno que al 62% de los nicaragüenses Ortega les siga pareciendo muy mal.

martes, 17 de mayo de 2011

Honradez y corrupción no son categorías filosóficas


Honradez y corrupción no son categorías filosóficas

Onofre Guevara López 

No voy a ser original: quien escribe sobre lo que piensa, cuando no lo hace como portador oficial de mensajes políticos partidarios, es el único  responsable de lo que dice, y no espera alcanzar la aceptación de su criterio por disciplina entre ningún colectivo político. A lo que aspira es a despertar un mínimo de interés entre sus lectores. Y el interés no supone aceptación, pero sí ofrece espacios para discutir sobre lo escrito. Cuando no sucede eso, pues tampoco será motivo de duelo para nadie. Ni siquiera para el que escribe.

Si resulta positivo el interés del lector, no es raro, sino lógico, que aborde el tema del escrito por el lado que sea de su mayor interés e interpretarlo a su gusto. Es lo que hizo el señor Nicolás Blanco –a quien no tengo el gusto de conocer—, en su comentario (*) sobre mi artículo “¿Gobierno de “izquierda” o “derecha”? Mejor un gobierno honrado”. (**)

Lo extraño fue que el señor Blanco utilizara mi artículo para repasar sus lecciones escolares sobre Platón, Sócrates y Rousseau, lo cual no es mérito que debo atribuirme, porque nunca pretendí despertar en los lectores el interés por elevarse a las más altas cumbres del pensamiento universal. Al escribirlo, sencillamente, tenía mis pies puestos sobre esta tierra mancillada durante siglos por propios y extraños, pues es un tema de hoy y de hace mucho tiempo en nuestro país, como es la corrupción.

Cuando escribo el título para mis artículos, procuro hacerlo conciso y que refleje al máximo el sentido o fondo del tema que pretendo tratar. Y el título del artículo comentado por el señor Blanco, constituido con una pregunta y su respuesta, anuncia mi única intención: pretender demostrar que dentro de la disputa preelectoral –de aquí, de ahora y de ninguna otra parte—, entre una falsa izquierda y una derecha democrática no le conviene al país y, por ende, tampoco a nuestro pueblo, por el conocido y probado hecho de que ambas corrientes han establecido gobiernos corruptos.

En estos momentos, uno de ellos trata de prolongar el suyo ilegalmente, y  hay otro que pretende restaurar el único que tuvo. Y ambos candidatos han tenido gobiernos corruptos, al margen de su pertenencia a esas corrientes ideológicas. Quiero decir, pues, que en ese artículo no pretendí hacer teoría sobre lo “ético descriptivo” ni lo “ético normativo”, sino tratar de despertar interés por la adopción de una posición ética concreta a la hora de votar: que entre dos propuestas probadamente corruptas, lo que se requiere y es mejor para el país, es un gobierno honrado. No invité a hacer una disquisición filosófica sobre lo ético, sino a tomar una decisión en pro del respeto de los bienes públicos, que no sean robados. Nada complicado, sólo una posición política ante un hecho lamentable.

Quien se complica con sus ejercicios académicos es el señor Blanco. Para  reclamar, como ciudadano, un gobierno honrado no es necesario hacer enjuagues filosóficos sobre las clases ni ejercitar los conocimientos de latín, porque delinquir en el ejercicio del poder no es una actitud filosófica ni que tener un origen en cuna de seda ni en un tapesco campesino, ni en una tijera de vivienda urbana pobre. El origen de clase influirá en la persona para la formación de su conciencia, pero no es algo mecánico ni la única influencia; su conciencia la adquirirá y forjará con su actitud y su relación social, organizado y luchando por sus intereses acordes a su posición de clase. Y aún así, eso tampoco será garantía absoluta de que en el proceso de lucha y en la práctica de la conducción del gobierno no va a ser portador de vicios y ni de prácticas aberradas que lo lleven a cometer ilegalidades y abusos de poder.

Todo gobierno de clase representa sus intereses, aunque pregone sustentarse en una u otra ideología favorable a los pobres, o por “el bien común”, pero eso no es patente que le autorice utilizar los mecanismos del poder para robarse lo que le plazca. Y si, como lo hemos visto durante tantos años, los gobernantes roban, independiente de su origen de clase, no les vamos a reclamar que abandonen sus vicios por amor a su ideología, sino, de modo concreto, que el presidente y sus funcionarios no sean ladrones, es decir, que sean honrados con los bienes nacionales. Desde luego, no existe un “honradómetro” para saberlo, sino por su práctica en el ejercicio del poder, así como combatirlo por todos los medios será su antídoto.

¿Se contradice el reclamo de tener un gobierno honrado, con el hecho de que la ética proletaria tenga “como sustancia los principios teóricos y filosóficos con que se concibe el mundo sin propiedad privada ni explotación humana”? No. Y aunque este gobierno no tiene “ética proletaria” –porque no es ese su carácter de clase—, tampoco está liberado de la obligación se administrar los bienes públicos de forma honrada y transparente. La otra realidad contraria, es que un gobierno que por tener una ética burguesa, defienda la propiedad privada –de la gran propiedad hablamos, no de la propiedad privada personal— y practique “la explotación humana”, pero tampoco está liberado de la obligación ser honrado y transparente.

Por saber que nada autoriza a nadie a robar los bienes públicos porque tiene el poder, es que decimos: el problema de los electores, a la hora de depositar su voto, no es plantearse si el candidato X o Y tiene determinada ideología, sino asumir que si determinado candidato ha probado ser honrado en su vida privada, no importa su ideología, es mejor opción, porque la honradez administrativa del Estado nos conviene a todos. Estamos hablando en un momento histórico concreto: aquí y ahora, resumiendo una larga experiencia, de que lo conveniente en lo social y económico al país. Y lo que conviene, no es la tendencia de “izquierda revolucionaria”  o “derecha democrática” de los candidatos porque sí, sino porque –además de respetar los derechos democráticos estatuidos en la Constitución y las leyes—, no se enriquezca a costa de los bienes públicos, no comercie con ellos ni utilice su influencia para obtener beneficios ilícitos para familiares y grupos partidarios.

Es todo lo que han hecho todos los gobiernos, máxime en los últimos años, debido a lo cual insisto: “estos gobiernos han nacido corruptos, no por su ideología, sino, sencillamente, porque sus líderes son políticos corruptos.” Y cuando el ciudadano se encuentra ante opciones políticas igualmente corruptas, su opción deberá ser no fijarse en la ideología del candidato, sino tomar una posición ética. No es una invitación a escapar de su conciencia política, sino a que asuma una posición ética desde su conciencia política, si es que ésta le induce a rechazar a los corruptos. Si no le molestan los corruptos, le será fiel toda su vida, sean de “izquierda” o “derecha”. Es que no se trata de una disquisición teórica. Se trata de una actitud ética en la política.  

(*) 26/4/2011, 
(**) 12/5/2011.

martes, 10 de mayo de 2011

Doble manejo de la corrupción


Onofre Guevara López | 

La corrupción es, en esencia, descomposición y, en términos administrativos, un vicio económico con una raíz política partidaria que descompone todo el aparato del Estado. Simple y fácil definición de esta compleja práctica en nuestra vida nacional, y hasta ahora, de imposible desarraigo.
A medida que avanzan las desviaciones autoritarias de gobierno, como reflejo de los desapegos a las normas legales y, a la vez, del alejamiento de los principios democráticos, la corrupción adquiere nuevos métodos y variados estilos para evadir la aplicación de las leyes. Primero, porque la burocracia estatal evade las normas legales para sustraer y apropiarse de los recursos públicos; y segundo, porque evaden las leyes para no aplicárselas a quienes han hecho un modo de operar, de vivir y enriquecerse a costa del Estado... ¡porque son parte de la misma descomposición!
Esa utilización corrupta de las leyes la conocemos porque ha sido practicada en todos los gobiernos a lo largo de la historia de nuestro país, y porque en otros países la corrupción estatal también luce su dimensión internacional. Pero es indudable que con este gobierno la corrupción la estamos conociendo en sus formas más variadas y en sus extensas maneras de funcionar. En el Estado hay autocomplacencia, y la actitud de sus ejecutivos deviene, por lógica, en una actitud complaciente con los corruptos hasta establecer entre todos una completa impunidad.
Las características y los estilos con que funciona este gobierno, estimulan la corrupción: a) la centralización del poder en las manos del presidente, que va mucho más allá del Ejecutivo; se extiende hacia todos los poderes del Estado, en total desconocimiento de la división entre ellos; b) el secretismo impuesto en torno a las funciones del Estado, como efecto de la centralización; c) los malos funcionarios que son escogidos por su afinidad con los objetivos y estilos de gobierno, su plena sumisión ante el presidente Ortega, por lo cual se convierten en cooperantes necesarios de todas las arbitrariedades y abusos oficialistas.
Todo el equipo gubernamental, tiene un especial empeño y complicidad manifiesta en su odio a la prensa crítica e independiente, un sentimiento enfermizo compartido a plenitud con el presidente Ortega. De esta práctica de gobierno centralista, autoritario, secretista y enemigo de la información libre e independiente, que comparten los burócratas con el gobernante, se derivan todos los demás vicios y sus mecanismos de protección. Es la fuente de donde emana la corrupción oficial y su complementaria impunidad que se prodigan entre sí los corruptos que, no por casualidad, resultan ser los más fieles y los más serviles partidarios del presidente Ortega.
Todo el aparato burocrático del Estado, junto y unido al jefe del Ejecutivo, es imagen y semejanza de la corrupción. No es ni ha sido gratuita ninguna de las acusaciones contra el gobierno de ser lo que es: un gobierno esencialmente corrupto.
Pero existe un fenómeno de dimensiones peligrosas para la sociedad nicaragüense: tanta se ha visto la corrupción gubernamental en más de un siglo de nuestra historia que, en la misma medida que ésta se ha venido repitiendo, ha comenzado a causar un mal hábito; a ser vista como un hecho natural y, lo que es peor, su perniciosa práctica pasa inadvertida entre los sectores más atrasados de la población. Esto ha traído consigo el fenómeno de que también la constante denuncia en contra de la corrupción se están haciendo “familiares” entre esos sectores.
La amenaza de que esta costumbre se generalice hasta convertirse en un hecho disolvente hasta de la idea de construir un orden social sano en el país. Aunque, lentamente, y pese a toda mala costumbre, las denuncias están penetrando en la conciencia colectiva, porque exponen los vicios de la corrupción junto a divulgar la seguridad de que reventará con toda su odiosa carga de maldad.
En términos populares, a la corrupción le ocurrirá lo del cántaro, que, de tanto ir al agua, se rompe. Casos ejemplares de esa posibilidad son el Consejo Supremo Electoral, la Dirección General de Ingresos y, aunque con menor efecto, la Alcaldía de Managua.
Es evidente que no son los únicos casos, pero son de los primeros en reventar, aunque aún esté larga una solución. No obstante, las denuncias hicieron palpables lo negativo de cómo se están tratando esos casos: el gobierno no actúa de la misma manera respecto a la Alcaldía, el CSE y la DGI.
Que de esos casos no puede conocerse todo en detalles por le secretismo oficial está a la vista; pero todo el mundo intuye que la actitud diferenciada del gobierno se debe al interés político electorero. La corrupción de Roberto Rivas en el CSE, el presidente Ortega la pasa inadvertida, porque sin su complicidad en el manejo de la maquinaria electoral, no iría por una “victoria” más. Con su tolerancia de la corrupción de Rivas, está pagando sus servicios, y si actuara como debería ser –por deber y responsabilidad—, provocaría una crisis política que le podría obligar a cambiarlo. Con su debida diferencia, el caso omiso que hacen de la corrupción en la Alcaldía, se debe a que Fidel Moreno, es el jefe de campaña orteguista en Managua.
Lo de la DGI es diferente, y aunque el presidente Ortega no ha actuado con transparencia, de acuerdo con la gravedad de los delitos de Walter Porras, no ha podido disimularlo. El caso del corrupto exfuncionario de la DGI, a quien –dicho sea de paso— lo tuvo oculto, que es lo mismo que protegido, no es distinto al de los otros funcionarios corruptos, pero ese problema no tiene un particular interés electorero. No se puede desligar de manera completa de la política electoral, pero está más relacionado con la credibilidad del gobierno ante los contribuyentes y, por ello, está haciendo esfuerzos por demostrar interés en el caso, pero no con la rapidez, profundidad ni la transparencia con que debería hacerlo.
Para el presidente Ortega, el servilismo de Porras hacia él no es tan vital como la docilidad y complicidad de Roberto Rivas, y el activismo de Moreno. Con todo lo vulgar y chocante que es el servilismo de Porras, y pese a lo cual siempre pareció serle agradable a los Ortega-Murillo, les será fácil reponerlo; en cambio, la utilidad de la maquinaria del fraude electoral –desde luego, su constructor también— les es invaluable.
Es obvio que la actuación administrativa de las elecciones de parte de Rivas, igual que su corrupción en lo económico administrativa del Consejo Electoral, nunca será tolerable, mucho menos simpático para ningún ciudadano honrado. Pero el orteguismo puede manejarlo en términos políticos propagandísticos como no puede hacerlo con el delito de Walter Porras. Lo del CSE lo puede hacer, más que todo, con la complicidad de los partidos políticos pocos beligerantes contra la corrupción, y lo de la DGI, lo maneja con su asesor económico, Bayardo Arce, para calmar a los sectores empresariales contribuyentes, en especial los asociados en el Cosep, con los cuales Ortega está haciendo buenas migas.

martes, 3 de mayo de 2011

Ortega agravió el día de los trabajadores

Ortega agravió el día de los trabajadores

Onofre Guevara López 

Una vez más, Daniel Ortega agravió la fecha conmemorativa de los sucesos de Chicago de 1886, a la clase obrera, a las luchas históricas de los trabajadores nicaragüenses y a la ciudadanía en general. Inicia este agravio, con el cambio del Primero de Mayo como Día Internacional de los Trabajadores, por cualquiera de los últimos días de abril, de acuerdo con sus intereses políticos, para anular el carácter obrero y combativo de la efeméride, y, ahora, para promover su ilegal candidatura.
Cómplices de este ultraje, son los seudo dirigentes sindicales que actúan como sus agentes políticos en la domesticación de los trabajadores, desvirtúan el contenido de clase de la lucha sindical y sirven las ambiciones políticas del mandatario. Como siempre, vaciaron de contenido sindical el discurso, para dejar espacio a las palabras “conmemorativas” del caudillo, cuando este, en su vida, no ha tenido ninguna relación con la actividad laboral, e hicieron suyas sus consignas electoreras. Si se toma en cuenta su proceso de acumulación de capital, Ortega no merece la tribuna obrera como invitado ni como empresario-presidente.
Los líderes-agentes del oficialismo en la CST y el FNT, clonando el discurso de Ortega, afirman que aquí existe una alianza “tripartita” entre obreros, gobierno y empresarios. A nadie se le oculta el coqueteo del gobierno con cierto sector empresarial, en torno a sus negocios político-económicos, pero, al mismo tiempo, sabotea a los empresarios del comercio situado en las cercanías de la seudo plaza que ha inventado en la carretera a Masaya. ¿Será con el fin de hacerlos sentir que aquí su voluntad es la ley? ¿Creerá que con esas presiones físicas se le facilita la domesticación o, al menos, la anulación de ese sector empresarial como factor político? Lo seguro es que ese acto nunca podrá verse como algo respetuoso de la actividad comercial legalmente autorizada.
Otra falsedad del discurso sindicalista-gobiernista, es que se están experimentando avances sociales importantes. En la víspera, uno de los agentes-líderes habló de la “conquista” de “más del 80% de aumento en el salario mínimo”. Se le quedó escondido en un rincón de su conciencia venal, el aumento continuo del valor de la canasta básica, la cual siempre anda por rutas celestiales, y no asoma ningún aumento en el salario mínimo.
Los agentes-líderes no reflejan un mínimo de autonomía al no poder separar los recursos propagandistas del gobierno de las que consideran “conquistas” sociales. Alardean con el subsidio a un transporte colectivo cuya mayoría de unidades están destartaladas, con servicio deficiente y trato indigno para los trabajadores, sus usuarios. El trabajo y la paz de la que hablan, no se concilian con la realidad, y en tanto el trabajo con salarios precarios, y la ausencia del mismo para miles de trabajadores, les niegan la tranquilidad hogareña, sin la cual no habrá verdadera paz social.
Los obreros y los trabajadores no son víctimas solamente del desempleo, sino también de la humillación cuando solicitan una plaza, dado que les exigen la recomendación o el aval político de los llamados CPC. Con ese requisito, al desempleado le plantean un dilema: decidir mantenerse digno con su hambre, o hacer que su hambre le aconseje lo peor, cual es humillarse al acceder a las exigencias partidarias del oficialismo.
Uno de los recursos propagandísticos adoptado como conquista laboral por los agentes-líderes del oficialismo, y que Ortega proclamó en su “primero de mayo” en abril, es el llamado “bono solidario”  mensual de 700 córdobas. No le pueden quitar su sello electorero, pero los agentes políticos del orteguismo en el movimiento sindical lo presentan con su falso revolucionarismo como una conquista. Pero no pasa de ser un remedo del “Suplicio de Tántalo”: se lo bajan cada mes, y cuando la familia del trabajador no ha logrado saciar su hambre se lo retiran, sin tener la certeza de que lo bajarán otra vez ni hasta cuándo lo dejarán de bajar.
La sola candidatura de Ortega es una ofensa a la legalidad institucional, y nada de lo que haga tras el objetivo de reelegirse dejará de ser ilegal. Teniendo el bono como sustento el dinero venezolano, y siendo el bono parte de la promoción electorera, Ortega viola la Ley Electoral, que prohíbe utilizar dinero extranjero para promover candidaturas. Un segundo ejemplo de burla a la ley con el bono, es que no lo integra al salario ordinario, porque no lo garantiza para más allá de las elecciones.
Integrar el bono al salario sería la única garantía para quienes lo reciben: pero, además de falta voluntad del gobierno para eso, sus líderes-agentes de la CST y el FTN no están autorizados a luchar por ello ni tienen el valor de convertirlo en un punto de su agenda de lucha. Porque ellos no tienen lucha, y les falta honestidad, valor y autonomía para intentar tenerla. La fragilidad, fugacidad o temporalidad del bono tiene su origen y su fin en el oportunismo electorero orteguista.
El sindicalismo nicaragüense floreció con la revolución del 79, dejando atrás más de medio siglo de penoso desarrollo, saltando trampas del sistema político y social tradicional y de la dictadura. Esta trayectoria de luchas y de combates de clase --pese a sus debilidades orgánicas--, el sindicalismo independiente la ofreció al sandinismo como el aporte de los trabajadores al triunfo revolucionario. No obstante, desde los primeros años le arrolló la vorágine de la guerra contrarrevolucionaria, y sus históricas aspiraciones de fortalecimiento y de desarrollo se frustraron. Pudo más la necesidad de la defensa de un poder que creía propio, que su autonomía de clase, y cayó bajo la disciplina partidaria que se imponía en aquel momento histórico.
Al concluir la década revolucionaria, y sobre todo, a partir de la derrota electoral del 90, y el inicio de las aberrantes desviaciones de la dirigencia influenciada por el naciente orteguismo, los sindicatos ya no eran autónomos. El orteguismo les hizo perder el espíritu de lucha y les ensució su bagaje ideológico, hasta hacer degenerar a los sindicatos en instituciones dependientes, sin brújula de clase propia, sin agenda independiente de los planes políticos de Daniel Ortega, y su fuerza es instrumentalizada para impulsar su reelección.
En estas condiciones, el sindicalismo domesticado ha perdido capacidad de luchar por objetivos laborales profundos, porque no cuenta con el permiso del gobernante. Por eso, ha adoptado las consignas electoreras como conquistas propias, rezagándose respecto a las necesidades de los trabajadores, y rezagándose en relación con los avances de la lucha de los trabajadores de Centroamérica, de Latinoamérica y del mundo.
Con tal rezago, el sindicalismo oficialista presenta como revolucionarias las simples reformas de este gobierno, cuando en países similares al nuestro las luchas obreras pueden presentar mejores avances sociales, sin engañar ni engañarse presentándolas como algo que los acerca a una farsa de país “socialista, cristino y solidario”.