martes, 3 de mayo de 2011

Ortega agravió el día de los trabajadores

Ortega agravió el día de los trabajadores

Onofre Guevara López 

Una vez más, Daniel Ortega agravió la fecha conmemorativa de los sucesos de Chicago de 1886, a la clase obrera, a las luchas históricas de los trabajadores nicaragüenses y a la ciudadanía en general. Inicia este agravio, con el cambio del Primero de Mayo como Día Internacional de los Trabajadores, por cualquiera de los últimos días de abril, de acuerdo con sus intereses políticos, para anular el carácter obrero y combativo de la efeméride, y, ahora, para promover su ilegal candidatura.
Cómplices de este ultraje, son los seudo dirigentes sindicales que actúan como sus agentes políticos en la domesticación de los trabajadores, desvirtúan el contenido de clase de la lucha sindical y sirven las ambiciones políticas del mandatario. Como siempre, vaciaron de contenido sindical el discurso, para dejar espacio a las palabras “conmemorativas” del caudillo, cuando este, en su vida, no ha tenido ninguna relación con la actividad laboral, e hicieron suyas sus consignas electoreras. Si se toma en cuenta su proceso de acumulación de capital, Ortega no merece la tribuna obrera como invitado ni como empresario-presidente.
Los líderes-agentes del oficialismo en la CST y el FNT, clonando el discurso de Ortega, afirman que aquí existe una alianza “tripartita” entre obreros, gobierno y empresarios. A nadie se le oculta el coqueteo del gobierno con cierto sector empresarial, en torno a sus negocios político-económicos, pero, al mismo tiempo, sabotea a los empresarios del comercio situado en las cercanías de la seudo plaza que ha inventado en la carretera a Masaya. ¿Será con el fin de hacerlos sentir que aquí su voluntad es la ley? ¿Creerá que con esas presiones físicas se le facilita la domesticación o, al menos, la anulación de ese sector empresarial como factor político? Lo seguro es que ese acto nunca podrá verse como algo respetuoso de la actividad comercial legalmente autorizada.
Otra falsedad del discurso sindicalista-gobiernista, es que se están experimentando avances sociales importantes. En la víspera, uno de los agentes-líderes habló de la “conquista” de “más del 80% de aumento en el salario mínimo”. Se le quedó escondido en un rincón de su conciencia venal, el aumento continuo del valor de la canasta básica, la cual siempre anda por rutas celestiales, y no asoma ningún aumento en el salario mínimo.
Los agentes-líderes no reflejan un mínimo de autonomía al no poder separar los recursos propagandistas del gobierno de las que consideran “conquistas” sociales. Alardean con el subsidio a un transporte colectivo cuya mayoría de unidades están destartaladas, con servicio deficiente y trato indigno para los trabajadores, sus usuarios. El trabajo y la paz de la que hablan, no se concilian con la realidad, y en tanto el trabajo con salarios precarios, y la ausencia del mismo para miles de trabajadores, les niegan la tranquilidad hogareña, sin la cual no habrá verdadera paz social.
Los obreros y los trabajadores no son víctimas solamente del desempleo, sino también de la humillación cuando solicitan una plaza, dado que les exigen la recomendación o el aval político de los llamados CPC. Con ese requisito, al desempleado le plantean un dilema: decidir mantenerse digno con su hambre, o hacer que su hambre le aconseje lo peor, cual es humillarse al acceder a las exigencias partidarias del oficialismo.
Uno de los recursos propagandísticos adoptado como conquista laboral por los agentes-líderes del oficialismo, y que Ortega proclamó en su “primero de mayo” en abril, es el llamado “bono solidario”  mensual de 700 córdobas. No le pueden quitar su sello electorero, pero los agentes políticos del orteguismo en el movimiento sindical lo presentan con su falso revolucionarismo como una conquista. Pero no pasa de ser un remedo del “Suplicio de Tántalo”: se lo bajan cada mes, y cuando la familia del trabajador no ha logrado saciar su hambre se lo retiran, sin tener la certeza de que lo bajarán otra vez ni hasta cuándo lo dejarán de bajar.
La sola candidatura de Ortega es una ofensa a la legalidad institucional, y nada de lo que haga tras el objetivo de reelegirse dejará de ser ilegal. Teniendo el bono como sustento el dinero venezolano, y siendo el bono parte de la promoción electorera, Ortega viola la Ley Electoral, que prohíbe utilizar dinero extranjero para promover candidaturas. Un segundo ejemplo de burla a la ley con el bono, es que no lo integra al salario ordinario, porque no lo garantiza para más allá de las elecciones.
Integrar el bono al salario sería la única garantía para quienes lo reciben: pero, además de falta voluntad del gobierno para eso, sus líderes-agentes de la CST y el FTN no están autorizados a luchar por ello ni tienen el valor de convertirlo en un punto de su agenda de lucha. Porque ellos no tienen lucha, y les falta honestidad, valor y autonomía para intentar tenerla. La fragilidad, fugacidad o temporalidad del bono tiene su origen y su fin en el oportunismo electorero orteguista.
El sindicalismo nicaragüense floreció con la revolución del 79, dejando atrás más de medio siglo de penoso desarrollo, saltando trampas del sistema político y social tradicional y de la dictadura. Esta trayectoria de luchas y de combates de clase --pese a sus debilidades orgánicas--, el sindicalismo independiente la ofreció al sandinismo como el aporte de los trabajadores al triunfo revolucionario. No obstante, desde los primeros años le arrolló la vorágine de la guerra contrarrevolucionaria, y sus históricas aspiraciones de fortalecimiento y de desarrollo se frustraron. Pudo más la necesidad de la defensa de un poder que creía propio, que su autonomía de clase, y cayó bajo la disciplina partidaria que se imponía en aquel momento histórico.
Al concluir la década revolucionaria, y sobre todo, a partir de la derrota electoral del 90, y el inicio de las aberrantes desviaciones de la dirigencia influenciada por el naciente orteguismo, los sindicatos ya no eran autónomos. El orteguismo les hizo perder el espíritu de lucha y les ensució su bagaje ideológico, hasta hacer degenerar a los sindicatos en instituciones dependientes, sin brújula de clase propia, sin agenda independiente de los planes políticos de Daniel Ortega, y su fuerza es instrumentalizada para impulsar su reelección.
En estas condiciones, el sindicalismo domesticado ha perdido capacidad de luchar por objetivos laborales profundos, porque no cuenta con el permiso del gobernante. Por eso, ha adoptado las consignas electoreras como conquistas propias, rezagándose respecto a las necesidades de los trabajadores, y rezagándose en relación con los avances de la lucha de los trabajadores de Centroamérica, de Latinoamérica y del mundo.
Con tal rezago, el sindicalismo oficialista presenta como revolucionarias las simples reformas de este gobierno, cuando en países similares al nuestro las luchas obreras pueden presentar mejores avances sociales, sin engañar ni engañarse presentándolas como algo que los acerca a una farsa de país “socialista, cristino y solidario”.

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