martes, 14 de septiembre de 2010

Lenguaje engañoso y sectarismo corrosivo


Onofre Guevara López
Parecerá una perogrullada decirlo, pero también se me antoja necesario: la política nacional, pese a la incidencia de su caudillismo ramplón, no es tan simple como para hacer las calificaciones políticas usando como prefijo la preposición anti. Peor aún, pintar las posiciones políticas con el blanco de la izquierda y el negro de la derecha, o viceversa, contrasta con la vida misma, tan llena de matices, y a la cual se la empobrece con el sectario lenguaje político, al que se hace pasar como lucha “ideológica”.

Ese lenguaje ayuda a construir la intolerancia que lucen los sectores políticos, con el juego simple de que lo bueno, justo y correcto es lo mío, y lo incorrecto, injusto y malo es lo del otro. Pensando y actuando con ese esquema, en nuestro país se ha llegado al absurdo de considerar normal la ausencia de valores en la conducta de nuestros gobernantes, porque antes, el presidente anterior hizo algo más condenable desde el poder. Si quien roba al Estado es de nuestro partido, por ejemplo, es poca cosa en relación con lo que le robó al Estado el del otro partido. Y de esta forma, la corrupción avanza incontenible, y “justificada”. Al final, lo moral y jurídicamente condenable del uno y del otro siguen impunes.

Eso se ha vuelto una cadena sin sentido y corrosiva de la moralidad pública, alimentada por la inmoralidad personal. En términos concretos, y ejemplarizando los pretextos, para el orteguismo la corrupción no existe, y si la fuerza de los hechos se la pone de frente, entonces se vuelve una bagatela en comparación con la corrupción del arnoldismo. Por su lado, y sin pena alguna, Alemán pretende echar una cortina de amnesia sobre la corrupción en su pasado gobierno, y hasta se atreve a presentar su candidatura como garantía de transparencia.

Con ese discurso –con demagogia y mentiras elaborado—, los caudillos han adormecido a su clientela y, en estado de enajenación, la hacen desgastarse en mutuas acusaciones, no importa lo grave que éstas sean, porque no logran sensibilizarse ante nada, menos por los conceptos de la honradez y de otros valores, y se embarcan en la defensa ciega de su respectivo caudillo. Su clientela la forma lo más atrasado de los respectivos partidos, pero no son las únicas que funcionan, pues también están poblados de oportunistas de toda calaña que no actúan por engaño, sino por intereses bien calculados.

Junto a esas condiciones, y amparados en ellas, ambos caudillos han montado una conspiración contra el pueblo y el país. Entre acusaciones y defensas a la vez, se absuelven mutuamente. Y con el Pacto Ortega-Alemán, han construido una alianza de hecho para lograrse su impunidad y para seguir administrando al país a medias, conforme sus propios métodos de corrupción, sin dejar de atacarse de mentiras.

Los que cogen el pleito en serio son sus engañadas bases. Ortega ha logrado hacer pasar ante su clientela la ambición por reelegirse como la lucha del Frente Sandinista por darle continuidad a la revolución, a la que le ha puesto el sello de “segunda etapa”. Así, su clientela no logra ver que para alcanzar su objetivo, está cercenando libertades públicas; drenando los recursos del Estado –en especial la ayuda venezolana— hacia los negocios personales; montando empresas privadas, utilizando los mecanismos del Estado; pisoteando las leyes y la Constitución; en fin, decidiendo retar a la historia nicaragüense, aparentando ignorar que la Constitución no le permite ser candidato a la presidencia ahora y nunca más.

Pero hay sectores no militantes del orteguismo –incluso algunos militantes— que le critican a Ortega su pretensión de reelegirse y no muestran la menor simpatía por su autoritarismo. Sin embargo, caen en el juego de las comparaciones sectarias, y objetivamente le justifican cuando, al hacer la suma, “descubren” que Ortega está más a favor del pueblo. Al menos –dicen— este gobierno se preocupa por alfabetizarlo, lo que nunca le interesó a otros gobiernos; le ofrece salud gratuita; le otorga ventajas que jamás pensaron dar los otros gobiernos, etcétera. Todo esto lo ven positivo, aunque en la realidad nada se cumpla al ciento por ciento.

Y, aun cuando fueran cumplidas totalmente, no alcanzan a ver, marginan o justifican la corrupción y la represión para “garantizar los programas sociales”. No le miran como portador de los antivalores que antes combatió. Con esa visión parcial, prácticamente truecan lo que llaman interés por el pueblo, por la omisión, adulteración o violación de las leyes, los valores democráticos de la Constitución y los derechos ciudadanos en general.

Castrar de tal forma la revolución, hacer omisión de los valores éticos del revolucionario, es ir contra la esencia humanista de una verdadera revolución, de su razón de ser. Si ésta no se piensa ni se hace en función del ser humano explotado y víctima de las injusticias, es no sólo renunciar a ella, sino también mutarla en una contrarrevolución.

¿Qué clase de sociedad “socialista” se puede edificar sobre la base del engaño, del robo y la privatización de los bienes públicos, del cercenamiento de los derechos de los ciudadanos que no aceptan la humillación de perderlos ante los abusadores del poder ni la concentración abusiva de los bienes del Estado en sus manos? El orteguismo da una pretendida respuesta social al capitalismo egoísta, llegando al mismo sistema por una vía distinta: los capitalistas secuestran la economía y sus beneficios y –aunque a regañadientes— aceptan los reclamos por las libertades; el orteguismo secuestra las libertades, la economía y los privilegios.

La defensa que, en general, hacen los sectores de oposición de las garantías constitucionales, de los derechos democráticos y contra la absorción de las instituciones de tradición democráticas para convertirlas en instrumentos de la reelección, el orteguismo la condena con los epítetos más groseros. Todo crítico opositor, aunque no tenga dónde caer muerto, es un “oligarca”, según sus cánones seudo clasistas. Y actúan como si los vicios de los otros justificaran sus propios vicios.

Algunos, talvez con buena intención, no advierten ese juego del orteguismo, y se ponen a sacar los defectos, vicios y corrupciones de sectores de oposición, ciertos por demás en algunos casos, pero caen en la ingenuidad de trocar las “reformas sociales” –que muchas son más pregones que productos reales—, por los valores, la moral y la ética. El brillo de las frases les impide tener una visión real de la política y les incapacita para poder distinguir la lucha partidaria limitada y sectaria de la lucha amplia por el interés nacional.

La necesidad de situarse correctamente en esta situación no es asunto de la ideología que se diga sustentar, la posición partidaria que se adopte, ni la religión que se profesa. Es asunto de practicar la honestidad consigo mismo, con el pueblo, el país y la humanidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario